Document Type : Original papers
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Profesor Titular de Literatura Española, Facultad de Letras, Zagazig University
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INTRODUCCIÓN
Antes de entrar de lleno en la materia del tema que vamos a tratar es imprescindible señalar el carácter particular de la crónica modernista de los viajes. Dicho género fue muy popular entre los modernistas quienes lo cultivaron con mucha dedicación. La crónica de viajes como género tiene su origen en la literatura de viajes.
Los rasgos fundamentales de un relato de viaje consistían en la brevedad, la fascinación ante el mundo exótico y, en la "orientalización" sobre todo del Oriente árabe, son los mismos conceptos que desarrolla Edward Said en su estudio sobre el orientalismo. De este modo, esta literatura sobre viajes -las crónicas de viajes- igualmente fueron un acicate en el florecimiento de la expansión europea en los países de Asia y África.
El orientalismo es una más de las tendencias de la literatura en el modernismo español, en cuya época había una afición muy consolidada con todo lo que se relacionase con la civilización y con las costumbres orientales.
En este artículo se abordarán el orientalismo y el modernismo, que originariamente son dos términos inseparables del romanticismo, ya que el modernismo orientalista es heredero y continuador de este. El orientalismo literario español es indígena, lógico y original, pues desde siempre España ejerció como puente entre Oriente y Occidente, un eslabón entre el islam y el cristianismo a diferencia del exotismo francés y europeo considerados como orientalismos animados por un determinado espíritu colonialista.
España, en relación con el colonialismo, ha estado en las antípodas de esta cultura anglosajona, en los siglos del Imperio español, nunca hubo colonias, hubo virreinatos “que era la propia España”; y la corona desarrolló leyes de protección hacia los indios, -las leyes de Burgos 1552-, donde entre otras cosas, se les dio la libertad y se les permitió la propiedad privada al igual que los habitantes de la península ibérica, (Gullo, 2024). En resumidas cuentas, se dio a los indígenas exactamente los mismos derechos que a los españoles. Es la diferencia entre un imperio “generador” y otro “depredador” como el anglosajón.
En el protestantismo anglosajón, es bueno lo que es útil y lo que me hace ganar dinero, se entiende que el hombre se salva por la fe y no importan las obras como así dictaminó Martín Lutero… incluso Calvino habló de que hay que enriquecerse para ganarse el cielo, y eso es lo que hará Inglaterra, Bélgica, y Holanda y en buena medida también Francia, fagocitar y explotar por medio de las colonias y enriquecerse con las políticas extractiva y utilitaristas.
Esta es una importante aclaración pues, suele ser un error juzgar a la Europa occidental como un conjunto unido y homogéneo cuando no es así.
El exotismo oriental, históricamente ha sido analizado desde el mundo occidental, lo que en Europa se ha denominado de forma autocrítica como eurocentrismo, porque en el fondo pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente. Tras el colonialismo llegó el posmodernismo que trajo de la mano las teorías poscoloniales que todavía a día de hoy tienen cierta influencia. Un postcolonialismo que tuvo su punto de partida y referencia en la obra de Said, con su ensayo Orientalismo. En resumidas cuentas, resumiendo mucho, tales teorías posmodernistas poscoloniales son un rechazo a todo lo occidental.
En cuanto a lo anteriormente mencionado es digno aludir que “Los teóricos poscoloniales insisten en que hay que rechazar totalmente la filosofía europea -llegando a deconstruir el tiempo y el espacio por ser conceptos occidentales” (Pluckrose y Lindsay, 2023, p. 96).
El punto máximo del exotismo arqueológico se dio en Egipto, cuando empezaron a llegar a Europa noticias sobre los descubrimientos que se estaban realizando en el Egipto faraónico.
Para los modernistas el Oriente es la cuna de las civilizaciones y de las culturas lejanas, sumamente idealizadas en el imaginario occidental, que siempre les evoca de forma arquetípica. Las aventuras de Las mil y Una noches, en un insaciable intento por descubrir sus fantasías. Asimismo, se hablará sobre el arraigo del tema oriental en la literatura romántica europea, tema que se difundió mucho gracias a la traducción de Las Mil y Una Noches en 1708, y a la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798.
Hemos de destacar dos figuras muy distinguidas del romanticismo español que sentían una fuerte atracción por oriente: la de José Zorrilla y la de José Espronceda. Es destacable en el nuevo romanticismo, su delicadeza por los sentimientos y emociones y por su dulzura en la expresión poética, se percibirá más adelante en los poemarios de Francisco Villaespesa, Antonio de Zayas y Juan Ramón Jiménez; todos ellos líderes del arte por el arte, idealizaron herencia orientalista en el romanticismo.
Se discutirán en este artículo las tres definiciones del orientalismo reflejadas por el erudito Edward Said en su libro Orientalismo. Asimismo, se abordará lo que Amelina Correa Ramón llama Orientalismo arqueológico en un artículo titulado “Una novela lírica de la tierra de los faraones: La serpiente de Egipto”, de Isaac Muñoz, Anales de Literatura Española, n. 22, 2010, pp. 757-763, que popularizó los temas relacionados con las culturas de la antigüedad, sobre todo, lo relacionado con el Egipto faraónico.
Por otro lado, se recordará el orientalismo religioso islámico como temática musulmana en la literatura española, temática que se remonta a los siglos XVI y XVII debido a la proximidad geográfica del Magreb con España. En el siglo XIX, Oriente tuvo una gran importancia en toda Europa, sobre todo en los países relacionados con el mundo anglosajón, Reino Unido, Bélgica, Holanda, y Francia que participaron directamente en las colonizaciones. En el caso de Egipto, su ocupación colonial inglesa comenzó en 1882. En buena lógica tal interés también fue debido a otras razones geopolíticas como la apertura del Canal de Suez.
Se hablará sobre la imagen del moro en la literatura española, imagen que ha sido una fuente de inspiración para muchos poemas y romances. Todo ello, debido a los ocho siglos de presencia musulmana en España. Se planteará en este artículo que los modernistas utilizaron el mito como elemento esencial de la poesía orientalista, como forma de huida y escapismo motivado por la necesidad de búsqueda. Todo ello, conducirá al pasado, al mito y a la leyenda, como formas de evasión mágica hacia el Oriente, ideal lejano y distante.
Se hablará sobre el modernismo como una voluntad artística de tendencia parnasiana y simbolista, que consiste en el interés por el exotismo; para el modernista el pasado remoto es un refugio legendario y de evasión en busca de lo diferente y lo eterno, sin que importen demasiado ni el espacio ni el tiempo. Lo más importante es realizar las propias fantasías y vivir con la posibilidad de hacerlas realidad. Generalmente los modernistas son personas rebeldes y soñadoras, que se sumergen en un ambiente histórico, estimulados e inspirados por una imaginación exóticamente poética. De hecho, la tendencia constante del modernismo a lo exótico, es el arma que vehicula e identifica al poeta, con un mundo oriental lejano. Asimismo, se afirmará que el exotismo se ubica en las entrañas del alma del modernista, que se distancia con su imaginación aunque sus pies siempre estén pisando la tierra de su propia sociedad, rechazada e insoportable.
Habrá que destacar que en el mismo periodo donde se desarrolla el modernismo, España sufre la derrota de 1898 frente a Estados Unidos, para muchos es la fecha del final del imperio español, llamado el desastre del “98” España perdió Guam, Puerto Rico, Cuba y Filipinas, este desastre supuso una gran crisis y humillación para España.
Hablar del orientalismo modernista no significa de ningún modo olvidarse del romanticismo, pues la innovación modernista afectó al lenguaje, a la métrica y a las técnicas. Esto señaló Ricardo Gullón, que destaca la relación entre el romanticismo y el modernismo, citando las palabras que pronunció Rubén Darío expresando que el romántico alienta en la entraña, mientras que la superficie se moderniza. Quizás se echa del alma el sentimiento, pero, apenas arrojado por la puerta, ya se cuela por la ventana. La innovación modernista afectó al lenguaje, a la diversidad de formas, métricas y a las técnicas; pero estas innovaciones respondían a un cambio, les acercaba de nuevo al romanticismo eterno (Gullón, 1963, pp. 14-15). También Ricardo Gullón (1980) nos habló sobre la relación entre el modernismo y el romanticismo: “Como el romanticismo, de quien es heredero y continuador, el modernismo ignora las fronteras y ocupa, con más o menos dificultades, vastos territorios de Europa y América” (Ricardo Gullón, 1980, p. 6).
El romántico se quejaba por lo tedioso de la vida y la soledad, mientras que el modernista se quejaba por el ansia de libertad y por la angustia. Lo único que lo consolaba era refugiarse en tierras y paisajes exóticos muy lejanos, en los que se realizaban sus sueños. Esto quiere decir que el mal del romanticismo fue el tedio y, por otro lado, el vicio de la época modernista fue la angustia, pues, el hombre moderno siente mucha soledad en esta vida o en la otra más allá en donde el silencio reina que nos haga creer que nacimos para la muerte y morimos sin saber para qué (Gullón, 1963, p. 56).
El modernista es un auténtico heredero del romanticismo, tiene la sensación de que está al margen de la sociedad y por esta razón acude al exotismo, a los países del Oriente Árabe para suavizar sus sensaciones de angustia y su rechazo del materialismo. El romanticismo se entiende como un movimiento artístico con una ideología propia, fuerte y reinante en un tiempo concreto, pero al mismo tiempo es entendido como una constante subyacente y aplicable a todo el devenir cultural. Vuelve a finales del siglo XIX y una vez superado el realismo se recupera la visión romántica que con ella el orientalismo cobra una nueva alma, lo que hace decir a Lily Litvak que Europa se sume en un sueño arcádico (Dizy Caso, 1997, p. 11).
El tema arábigo-oriental en la literatura romántica europea está muy arraigado y alcanzó su apogeo después de dos grandes acontecimientos destacables: por un lado, la traducción de Las Mil y Una Noches en 1708, y por otra parte la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798. Estos acontecimientos fueron la base del exotismo literario y científico en la cultura europea, sobre todo en España y en Francia. Cabe destacar que la expedición de Napoleón a Egipto en las postrimerías del siglo XVIII animó mucho el arabismo que impulsó la creación del Instituto Egipcio en Franccia. La afición literaria que el romanticismo trajo hacia todo lo arábigo, haciendo de Oriente -el sueño colectivo de Europa-, encendió en muchos escritores la pasión por temas de esta índole (Dizy Caso, 1997, p. 8).
El hombre occidental llegó a conocer el mundo árabe a través de las lecturas, y luego desplazándose a Oriente por curiosidad y para descubrir sus misterios. De esta manera todo el orientalismo literario pretendió reemplazar al Oriente real, pero se mantiene distante con respecto a él. Así pues, el arabismo pretendía hacer que Oriente fuera algo visible y claro, y para lograr esto, se crearon instituciones que se dedicaban sólo a hacer traducciones y estudios sobre los países islámicos. La creación del Instituto Egipcio de Estudios Árabes y Orientales en París, fue fruto de la campaña de Napoleón en Egipto; con ello, Occidente logró aproximarse más al mundo arábigo-islámico, y así éste, dejó de ser lejano y distante.
El romanticismo encontró en el mundo árabe, la consumación de todos sus anhelos y deseos; posteriormente la importación de temas exóticos desde Francia se hizo más evidente con el modernismo. Con respecto al tema árabe en la literatura española, la conquista de África y sobre todo la ocupación española de ciertos territorios de Marruecos, así como la Guerra Civil Española, fueron acontecimientos históricos que apoyaron el crecimiento de una literatura española orientalista, llena de simpatía, sensualismo y afición por los temas arabo-exóticos. De esta forma quedó patente que el tema árabe en la literatura española modernista es un tema fronterizo, siendo la propia España el puente entre Oriiente y Occidente, entre el islam y el cristianismo. En la época del romanticismo ha tenido mucha influencia el orientalismo, porque el escritor romántico llevaba en sí una doble tendencia de alejamiento, en el tiempo y en el espacio. El hombre de aquel momento buscaba otras sensaciones que le recompensaran y se refugia en el pasado lejano que le brinda el escenario oriental. Entre los poetas de la época romántica destacamos las tres grandes figuras poéticas que escribieron poesías de temática arábiga: José Zorrilla, José Espronceda y Juan Arolas.
José Zorrilla es un gran poeta de tradición castellana, poeta de la luz y del color; de las obras de carácter oriental que escribió recordamos La leyenda de Al-Ahmar, Dueña de la negra toca y Los Gomeles. Entre los libros más magníficos de la poesía de Zorrilla cabe destacar “Orientales” con versos de temática andalusí, asimismo vienen obras más extensas como “La sorpresa de Zahara” o “Granada”, en las que se lamenta la pérdida del legado arábigo-andalusí añorando con mucha tristeza las noches granadinas mudas y desiertas que yacen en las tinieblas del encanto de la Alhambra.
José de Espronceda es otro poeta romántico cuyo orientalismo, fue uno de los más ardorosos y románticos. Sus obras de carácter oriental son muy pocas, pero están llenas de un gran apasionamiento. De estas obras de argumento arábigo-andalusí destacamos: Canto del Cruzado, La Cautiva, A Jarifa, en una orgía y la novela histórica Sancho Saldaña.
El nuevo romanticismo modernista ha sido clasificado en dos importantes grupos: un tipo de romanticismo hiperbólico, donde todo está lleno de bellos gestos y de audacias del español, y otro romanticismo melancólico, dulce y delicado; esta última variante es la de los poetas de tendencia orientalista. El nuevo romanticismo fue inspirado por un bello y noble deseo de enriquecimiento cultural sin fronteras. La literatura modernista española, matizada de un nuevo romanticismo, acabará aceptando gran parte de las cualidades que avalan la lírica española. Esta delicadeza de sentimientos y esa dulzura de expresión poética, que por sí sola nunca hubiera tenido la literatura castellana, la veremos evidenciarse en las poesías de Francisco Villaespesa, Antonio de Zayas y, también, en las de Juan Ramón Jiménez.
El modernismo se convierte en ese “nuevo romanticismo” que poco a poco arraigó en la literatura española de comienzos del siglo XX, no sólo como producto legítimo del ambiente, sino también como exigencia espiritual de los jóvenes intelectuales del modernismo. Estos nuevos romántico-orientalistas eran jóvenes que luchaban por el ideal del “arte por el arte”. Quizás a esto se refiere Ricardo Gullón: “La devoción al pasado y el reconocimiento del pasado como tiempo histórico idealizado es también herencia romántica…” (Gullón, 1963, p. 52).
Por todo ello, romanticismo, modernismo y orientalismo son inseparables para él por sus similitudes, por su tendencia a la evasión, y de ahí la permanente inclinación al desarraigo espacial, al viaje, que, en definitiva, expresa una imperecedera inquietud. El exotismo se explica por la misma entrañable razón. ]… [Indigenismo, pues como forma de evasión al pasado, no tanto histórico cuanto legendario (Gullón, 1963, p. 54).
La tendencia hacia el orientalismo exótico y la evasión surgió a raíz de la decepción del hombre europeo ante la sociedad de aquel entonces que se inclinaba cada vez más al materialismo e individualismo. Históricamente siempre han existido filósofos y corrientes de pensamiento en Europa que han defendido el individualismo, pero en esta ocasión, toda una cultura anglosajona venida del protestantismo luterano, eclosiona con la Revolución Industrial. Dicho esto, podríamos decir el individualismo y utilitarismo no viene de la Europa eslava, o la hispánica, viene muy concretamente de la ideología y cultura anglosajona.
Desde la eclosión inicial del romanticismo hasta el final del siglo XIX, se caracterizó por la evocación del Oriente como sujeto exótico. Sin embargo, el exotismo modernista no es tan escapista como suele pensarse, sino más bien constituye un ataque a la sociedad de aquella época.
Hay que señalar que en este periodo aumenta el nacionalismo europeo. Como cabe esperar, en el nacionalismo las sociedades sufren mucha presión, -como ocurrió en la sociedad europea del XIX- esto trajo como consecuencia que se necesitara de válvulas de escape, en este caso: el viaje lejano, la escapada y en resumidas cuentas el orientalismo.
Señala Hajjaj (1995) en un estudio suyo que Lily Litvak declara que el exotismo es: “Una rebeldía del hombre de fin de siglo para conformarse con la Europa moderna en la que no puede ni quiere integrarse. Un rechazo de la sociedad contemporánea, [¼], (de) la pulverización del individuo, la fealdad, la vulgaridad, el conformismo burgués” (p.178). La Revolución Industrial, que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo el Reino Unido, Países Bajos, Alemania, norte de Italia, etc., trajo enormes transformaciones estéticas y sociales donde efectivamente muchas personas no reconocían ni sus propias ciudades.
Según la definición de la Real Academica Española, Orientalismo es: “1. Conocimiento de la civilización y costumbres de los pueblos orientales. 2. Predilección por las cosas de Oriente.” Y para la voz de Oriente da el siguiente significado: “Asia y las regiones inmediatas a ella de Europa y África.” (Dizy Caso, 1997, p. 6).
Edward Said en su famoso libro Orientalismo puntualiza que cuya palabra tiene las tres principales acepciones siguientes:
Al contrastar esta opinión detenidamente se puede demostrar que Edward Said llegó a tres conclusiones en concreto: la primera conclusión, no sería factible concluir que Oriente fue esencialmente una creación sin su realidad correspondiente. Efectivamente han sido localizadas culturas y naciones en Oriente que tienen vidas, historias y costumbres más ricas de lo que existía en Occidente; la segunda conclusión alude a que las ideas y las culturas no pueden ser estudiadas sin comprobar su fuerza y su configuración de poder, pues, según Said, se cree que Oriente fue creado u orientalizado como resultado de una necesidad de la propia imaginación occidental estereotipada en la Europa del siglo XIX, es decir, podía ser obligado a serlo; la tercera conclusión añade que el orientalismo no es una estructura de mentiras o de mitos sino un ejercicio de poder occidental sobre Oriente, y esto quiere decir que el orientalismo no es del todo una fantasía occidental criada sobre Oriente sino que es una estructura compuesta de teoría y práctica que perduró a lo largo de muchas generaciones, así que el orientalismo no es nada más que un sistema o un filtro que a través del cual la conciencia de Occidente llega a conocer Oriente penetrándose en el interior de la cultura general.
También uno de los temas más apreciados por los orientalistas es la mujer oriental que está muy presente en las crónicas de los viajeros modernistas. El imaginario orientalista europeo ha creado una imagen estereotipada de la la mujer árabe, de modo que, la figura retratada de dicha mujer fue la de un ser femenino completamente sometido a la autoridad masculina que incluso hablaba por ella. A la vez, la mujer oriental representaba los antípodas de la occidental, pues la primera se caracteriza por su fuerte sensualidad y sexualidad como también por su carácter misterioso y a veces incluso se le atribuía la posesión de poderes mágicos.
Aun con todo, la representación de la mujer musulmana en las crónicas de los modernistas- viajeros va más allá de lo sensual y de las connotaciones sexuales de ésta. Justamente para oponerse a la imagen preconcebida de ésta -sobre todo de la mujer árabe-, estos autores insertan en sus crónicas varias leyendas que revelan el carácter cariñoso y sensualmente hermoso y honorable de la mujer en el oriente próximo.
Echando un vistazo a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX encontramos que todo lo oriental-exótico ha sido una moda, una manera de lo raro, lo extraño, lo desconocido solamente aceptable por Occidente. En fin, el orientalismo era un modo de tratarse y quizás de relacionarse entre orientales y occidentales. La cruel e implacable esclavitud, la poligamia, la sumisión de la mujer, la laboriosidad, la sensualidad… Todos estos conceptos fueron vislumbrados por la mentalidad de los occidentales como algo ajeno.
En realidad, raramente se miraba a los orientales de una forma directa, sino a través de filtros que sometían a los orientales a una serie de análisis no como personas y ciudadanos, sino como problemas que hay que resolver, como a personas necesitadas de tutela. Se advertirá también que influyó, a la hora de aumentar estas creencias el desmembramiento del Califato Otomano; desde entonces, los occidentales miraban a los orientales, como una raza sometida, servil e inferior.
Así pues, el orientalismo se forjó a través de una mirada hacia fuera, pues el orientalista, poeta o erudito, hace hablar a Oriente, lo describe, y con ello, desvela abiertamente sus misterios al lector occidental. El orientalista que vive lejos de Oriente lo juzga desde un punto de vista personal, subjetivo. Pero en el momento en que empieza a aproximarse verdaderamente a Oriente, deja de tener la calificación de “lo otro”, lo lejano y lo peligroso, para transformarse en algo sencillo, familiar y aceptable socialmente por Occidente. El hecho de que el espectador europeo reciba una imagen muy artificial y un tanto ficticia de lo que no es del todo oriental, se ha convertido en símbolo de todo Oriente.
En concordancia con lo anteriormente expuesto Edward Said (1990) dice: “[¼] el “Este” siempre ha supuesto un peligro y una amenaza, tanto si se refería al Oriente tradicional como a Rusia” (Said, 1990, p. 47).
En el siglo XX lo oriental dejará de ser una supuesta amenaza, pues Occidente intentó seriamente descubrir el “misterioso Oriente”, que en el siglo XIX era tan solo dominio de la imaginación. -Hay que apuntar en este sentido que, en el s. XX Europa a causa de las dos guerras mundiales perdió su hegemonía y dejó de mirar tanto hacia exterior, pues el objetivo prioritario era arreglar el desastre de uno de los periodos más dramáticos de la historia de la humanidad-. La descolonización del continente africano tuvo lugar en un periodo entre 1950 hasta 1975, es decir, justo después de las II guerras mundiales.
Todo esto resulta muy evidente sobre todo al analizar el modo en que se intenta comprender el Oriente árabe. De esta forma, las relaciones entre el mundo oriental y occidental siempre se pierden en el pasado. Respecto a esta situación de relación e interdependencia entre Oriente y Occidente, cabe señalar, que ambas entidades geográficas desde siempre se apoyan y se reflejan la una en la otra.
Para este modo de comunicación entre ambos mundos Edward Said (1990) manifiesta: “]…[ el orientalismo no ha contribuido al entendimiento y progreso de los pueblos árabes, islámicos, hindúes, etc., objeto de su observación: los ha clasificado en unas categorías intelectuales y “esencias” inmutables destinadas a facilitar su sujeción al civilizador europeo.” (Said, 1990, p. 9).
El tema islámico-arabo-oriental en la literatura española modernista, es un tema fronterizo, siendo la propia España el puente entre Oriente y Occidente, un eslabón vital entre el islam y el cristianismo. Lo islámico representa un rasgo fundamental del orientalismo español; de hecho, el moro en la literatura española, fue la fuente de inspiración en muchos poemas y romances. Los líderes del orientalismo en la época del romanticismo español fueron figuras como José Zorrilla, autor de Orientales y José Espronceda, autor de La Cautiva. El nuevo romanticismo del modernismo español se inspiró en un bello y noble deseo de enriquecimiento cultural sin fronteras, representado por Francisco Villaespesa, Antonio de Zayas y Juan Ramón Jiménez, de modo que el modernismo se convirtió en un nuevo romanticismo, que poco a poco arraigó en la literatura española de comienzos del siglo XX.
Los viajeros modernistas españoles, en contraste son sus contemporáneos europeos, tratan de establecer un diálogo intercultural con los sujetos de los países visitados y es por esta misma razón que los modernistas insertan un número considerable de diálogos en sus relatos de viaje. Esta interacción dialogal es un recurso estilístico muy innovador para su tiempo, ya que no trata de silenciar al "otro" -lo que, según se deduce de la teoría orientalista de Edward Said, es típico de un discurso orientalista europeo-. Se trata de una serie de cuadros que cuentan una realidad lejana a la que el autor trata de retratar de la manera más objetiva y neutral posible.
De todas maneras, ni siquiera los cronistas-viajeros fueron completamente de capaz de evitar caer en la trampa orientalista. Así que el orientalismo en sí representa una pasión puramente modernista ya que la mayor parte de los escritores de principios del siglo XX fueron influenciados por el imaginario modernista y sobre el Oriente árabe. Es frecuente encontrar escritores modernistas que tratan estas representaciones, descripciones y espacios con sus plumas, pero no viajaron en persona a estos países.
La verdad es que Francia jugó un papel importante en la reanimación del orientalismo durante la primera década del siglo XIX: de hecho, Napoleón tuvo un gran interés por el Oriente próximo, el islam y los árabes. Así que los franceses fueron descubrimiento Oriente animados por la Campaña de Napoleón sobre Egipto y por la fiebre romántica que reinaba en Europa en aquel entonces y todos se apresuraban para visitar las tierras de Oriente. Así que literatos, viajeros y curiosos nos hicieron conocer sus experiencias vividas o soñadas para completar de esta forma el imaginario occidental sobre Oriente.
Amelina Correa Ramón señala que todo esto despertó en Europa un gran interés por los nuevos descubrimientos arqueológicos y, por lo tanto, se popularizaron los temas relacionados con las culturas de la antigüedad, muy particularmente, con el Egipto faraónico; asimismo surgió de la misma manera una tendencia literaria que podríamos llamar “exotismo arqueológico”. Da respaldo a ello una lúcida declaración de Théophile Gautier, en 1863: “Hay dos tipos de exotismo, el primero da el gusto por el desplazamiento en el espacio, la atracción por América, por las mujeres amarillas o verdes. Pero hay un placer más refinado, una corrupción más suprema, es el exotismo a través del tiempo.” (“Cit. en Correa Ramón, 1996, p. 499”).
Eduard Dizy Caso (1997) nos descifra los fundamentales marcadores del orientalismo español enfatizando que: “Lo islámico, además, enmarcará la concepción del orientalismo español por dos razones fundamentales: la presencia musulmana en la península Ibérica desde el año 711 hasta 1492 y la proximidad geográfica del Mágreb.” (Dizy Caso, 1997, p. 8). Y Lily Litvak (1985) apunta que desde siempre el Oriente ocupa el interés occidental por una serie de motivos que a continuación los va detallando:
El Oriente siempre ha cautivado la imaginación del hombre occidental. No es tan sólo adyacente a Europa, sino también el lugar que dio origen a sus más ricas y antiguas colonias, la cuna de sus civilizaciones y lenguajes. Es, sobre todo, su opuesto cultural, concebido como tierra de seres exóticos, obsesivos pasajes y experiencias extraordinarias. En el siglo XIX, el Oriente se reveló de pronto en Europa (Litvak, 1985, p. 11).
El orientalismo o el arabismo son temas muy frecuentes en la literatura española. Desde tiempos lejanos los contactos entre ambas culturas o, mejor dicho, entre ambas literaturas nunca fueron interrumpidos. La imagen del moro en la literatura española es una figura indiscutible y siempre fue una fuente de inspiración, en muchos poemas y romances. Es llamativa la diferencia entre el orientalismo hispanoamericano y el europeo; el europeo, descubrió Oriente a través de la influencia ejercida por la literatura francesa, mientras que el poeta español, no tenía que salir fuera de su casa en busca de Oriente, puesto que lo tenía cerca, en su espléndido pasado.
Así lo defiende el arabista Pedro Martínez Montávez (1977): “Si cualquier otra literatura occidental hubiese querido poetizar sobre lo árabe, habría tenido que buscarlo. A la literatura española no le hace falta, porque lo árabe lo tenemos ahí mismo, dentro de nuestra casa, entre nosotros” (Martínez Montávez, 1977, p. 73). Ciertamente lo que se acaba de comentar tiene su lógica, porque afirman algunos críticos que el orientalismo español no es equiparable al europeo, en el sentido de que la peripecia histórica española no pueda ser homologable con la del resto de Europa. Esto encaja perfectamente con la famosa frase de Alejandro Dumas: “África empieza en los Pirineos” (Dizy Caso, 1997, p. 9).
El orientalismo español es diferente porque España mantenía estrechas relaciones con África, gracias a la permanencia de los musulmanes en la Península Ibérica durante más de ocho siglos, y su historia y herencia cultural quedaron grabadas en la memoria de los españoles. La actitud española hacia el mundo islámico tuvo poca proyección en el siglo XIX. Pero no podemos olvidar, el papel de España como intermediario para la invasión de las ideas occidentales, que hicieron que los viajeros ingleses y franceses, italianos, alemanes y norteamericanos, vinieran a visitar el Oriente cercano. Desde el sur de España se les forjaba la idea de que habían salido de Europa, cuando realidad continuaban en ella. La cultura árabe en España tiene su propia huella y a este sello de identidad enfatiza Eduard Dizy Caso (1997) diciendo:
Cierto es que la presencia musulmana en España por espacio de entre trescientos y ochocientos años, según las regiones, singulariza una parte de su historia, pero también es cierto que esta singularidad no tiene por qué extenderse críticamente a toda dicha historia, como si no hubiera habido antes, un después y un durante, en el que ocurrieron más acontecimientos en la Península que la pura y simple estancia de los musulmanes, como si esta hubiera sido una situación inmóvil y aislada de cualesquiera relaciones distintas de las internas en Al Ándalus durante dichos periodos de tiempo (Dizy Caso, 1997, p. 9).
Se considera orientalismo todo lo que se escriba sobre Oriente: primero, desde un punto de vista antropológico, sociológico e ideológico; segundo, como tal, el orientalismo es descriptivo de las costumbres y de las formas de vivir; tercero, quedó evidenciado el papel de orientalismo histórico, que analiza al mundo oriental desde un punto de vista occidental y que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente. Podemos afirmar que a finales del siglo XIX y comienzos del XX todo lo oriental-exótico fue una moda aceptada por Occidente: incluso la poligamia, o la prohibición de comer cerdo o beber alcohol incomprensible para la mentalidad occidental. El imperialismo occidental sobre todo el anglosajón y en buena parte el francófono, miraba a los orientales como una raza sometida e inferior.
Finalmente podemos deducir forzosamente de forma breve que, el enfrentamiento y la lucha de las civilizaciones, han sido producidas por la ignorancia heredada sobre la existencia del Otro. Según el sabio cordobés Averroes, pensador mestizo de las dos culturas: “La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, y el odio lleva a la violencia. Esa es la ecuación” (Martínez Lorca, 2012, p. 93).
La esencia mágica del modernismo está importada de Francia, que en aquel entonces estaba considerada como la meca del arte y la literatura; todos los escritores hispanoamericanos pasaron por la aduana francesa antes de llegar a España, y allí mismo, encontraron una tierra fecunda y una narrativa de tendencia exótica. Es allí donde los poetas modernistas hispanoamericanos Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Amado Nervo y Enrique Gómez Carrillo descubrieron su camino hacia el exotismo.
Sin embargo, los modernistas mantienen una distancia del escapismo y del exotismo romántico en su permanente búsqueda de lo exótico, aunque de otra mano, sí poseen hasta cierto punto un espíritu rebelde. La aparición del exotismo en la literatura europea se remonta a la época de Homero es sus obras la Ilíada y La Odisea.
Se puede afirmar que la literatura exótica europea se limita a la encarnación del "otro" y por lo tanto, no tiene un contenido estable, ya que el escritor exotista elogia la cultura ajena solamente por ser ajena. Su ideal exótico radica en una civilización lejana y desconocida y de ningún modo se acerca a una representación real del mundo del "otro".
Por otro lado, la relación entre el modernismo y el orientalismo desarrolla una contradicción, que consiste en aspirar al futuro, y de ahí su nombre, pero sin llegar a la plasmarlo. Hasta tal punto llega a esta radicalización, que sigue anclado permanentemente en el romanticismo y en su deseo de seguir viajando a exóticos parajes, tipificado ya, en el incipiente modernismo del siglo XIX.
El escritor modernista nunca ha tenido una patria propia, porque el modernismo es un movimiento cosmopolita. Así pues, el modernista se sintió un ciudadano del mundo y empezó a comportarse siguiendo este punto de vista. Por eso le encontramos siempre viajando en el pasado romántico y mítico a otros países lejanos y exóticos, creando así su propio mundo épico de sueños y de ensueños, y todo esto, porque en el mundo de la fantasía todo se consigue y, sus sueños se hacen realidad, aunque sólo en ellos. Partiendo desde esta perspectiva es importante señalar que:
El modernismo se caracteriza por los cambios operados en el modo de pensar (tanto en el de sentir, pues en lo esencial sigue fiel a los arquetipos emocionales románticos), a consecuencia de las transformaciones ocurridas en la sociedad occidental del siglo XIX, desde el Volga al cabo de Hornos (Gullón, 1963, p. 69).
La fecunda imaginación del escritor modernista podía llevarnos hacia cualquier lugar remoto, pues al poeta no le importaba la distancia, ni la forma de acercarse a ese mundo distante, sino la posibilidad de encontrar algo diferente al propio mundo, y por eso elegía lugares remotos para cumplir sus fantasías, en el espacio o en el tiempo. Para los modernistas, oriente siempre ha sido el lugar privilegiado para poder desarrollar sus fantasías y cumplir los sueños.
Luis García Montero (1987) rubrica el afán de los modernistas por la búsqueda perpetua que protagonizaban hacia lo “otro”, manifestando que:
La suerte de los poetas malditos, heredera de las ruinas románticas, simboliza la propiedad de esa violencia imprescindible, la historia de ese sujeto trascendental titánico que quiere ubicarse en la realidad y se encuentra rodeado de palabras imposibles, de referencias a un paraíso siempre perdido (García Montero, 1987, p. 19).
De este modo, el poeta modernista siempre ha estado obsesionado por la búsqueda del paraíso perdido, y tal argumento fue el núcleo consolador de casi todos, pues cada uno de ellos se preocupó por crear algo bello, contribuyendo así al enriquecimiento del alma y del sueño colectivo de todo el movimiento modernista. Partiendo desde esta perspectiva, podemos decir que el orientalismo invadió todos los géneros literarios que constantemente afluyen, y se expanden desde “lo otro”, lo exótico y lo lejano. Gutiérrez Girardot (1988) nos llama la atención hacia una de las características más definidas del modernismo que es la:
Negación del presente y evasión a otros mundos: éstas son las dos características del artista en la moderna sociedad burguesa. Pero ello no significa, como se suele insistir, que el artista huya de la realidad. Por paradójico que parezca, el artista no hace otra cosa que vivir dentro de esa realidad que detesta, la del hombre burgués, que también huye de la realidad y se refugia, como lo observó [en “París, capital del siglo XIX” Walter] Benjamin, en su intérieur (Girardot, 1988, p. 35).
Los modernistas, mediante la creación de un tiempo propio, pretendían reducir períodos extensos y enlazarlos con el pasado dichoso. Se advertirá pronto que asumían una cierta negación de la historia, saltando por encima del espacio y del tiempo, buscando en otras realidades las fantasías de las que carecían en su entorno; pues, para los modernistas la vida cotidiana parecía ser sórdida e intrascendente, parecía ser una sala de espera entre la nada, se caracterizaba por la fugacidad que podría tener algún sentido, algún fulgor, de hecho los modernistas siempre sentían inclinados a crear jardines con pequeños rincones de ensueño, cisnes o héroes de leyenda.
Refugiarse en el pasado mítico era una forma de revivir la aventura y de buscar los sueños en el mismo. Era una manera de distraerse y consolar a los lectores apasionados por el nuevo espíritu que trajo la literatura modernista orientalista. Por lo tanto, podemos decir que el hombre modernista solía vivir del mito y en el mito, pues, cada momento histórico representaba lo suyo que es aquello que inventaban los poetas expresando deseos y anhelos vagos o indecisos sentidos tanto por el pueblo como por el hombre. El mito no se va desde arriba para abajo sino que se asciende desde las simas del inconsciente colectivo a las emociones más escondidas del poeta, y desde ahí se cristaliza todo en el poema.
A los modernistas españoles de tendencia exótica podemos llamarlos los nuevos románticos de la literatura española del siglo XX, cuyos poetas modernistas han heredado de los decadentes la curiosidad infinita. Añadieron nuevas sensaciones a los horizontes de la vida cotidiana modernista.
Este afán por inventar y buscar novedades en el campo poético-literario ha hecho que la mayor parte de los modernistas del nuevo romanticismo tengan restos de otras literaturas exóticas, con las que estos poetas han puesto en contacto su alma con aventuras ideales o fantásticas, y mundos extraños y míticos. Escribe Juan Más y Pi (1911) al respecto:
[…] pero, entre las primeras figuras. Esa ansia de novedad, ese deseo de ver cosas nuevas, de hacer sonar instrumentos desconocidos, de evocar imágenes en las que hasta ese momento no habían hallado emoción poética los escritores porque no las comprendían en su quietud y en su ignorancia (Más y Pi, 1911, p. 205).
Para los modernistas, el Oriente es la cuna de las civilizaciones y de las culturas, y Oriente también representaba lo mismo para los románticos: simplemente porque Oriente es el lugar por donde sale el sol. El modernismo es uno de los movimientos literarios más importantes y más complejos, que tiene su apogeo en una época muy conflictiva, la de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En realidad, el modernismo es herencia pura del romanticismo aparecido en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII; sus características esenciales son la libertad, el predominio del sentimiento sobre la razón, la pasión por la Edad Media y un cierto irracionalismo religioso: (Víctor Hugo, Alfred de Musset, Alfred de Vigny). El romanticismo apareció en el periodo de 1780 a 1850 aproximadamente y el modernismo desde 1880 a 1920.
Ricardo Gullón (1963) plantea que “Los modernistas utilizaron otra vez el mito como elemento fecundante de la poesía. En él encontraban articuladas verdades entrañables de validez universal” (Gullón, 1963, p. 103). La verdad es que todo el modernismo español estuvo poseído por un gran deseo de huida y por una perpetua necesidad de búsqueda; este deseo de escapismo, lo ha conducido al pasado, al mito y a la leyenda; el el hombre modernista, de esta manera, ha podido encontrarse consigo mismo, pues se sentía rechazado por una sociedad cada vez más materialista donde la ideología de la religión luterana se iba imponiendo priorizando lo útil, una sociedad que ya no sabe valorar el arte poético, solo se valora lo útil y la mentalidad pragmática.
Como consecuencia, el orientalismo se engrandeció positivamente en la literatura de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, aunque algunos críticos los calificaban de superficiales e intrascendentes.
La evasión es una característica permanente del escritor modernista que la podemos observar no sólo en su forma de escaparse de la vida real, sino que también del mundo hostil. A veces se oyen voces o se acerca a una realidad humana más honda o profunda, pero su existencia no les ciega ni les impide ver ni combatir la miserable realidad que se les quería imponer. El escapismo literario era una de las causas que condujeron al escritor decimonónico hacia el exotismo. Esta tendencia tiene sus justificaciones, porque el poeta de aquella época se sintió tan alejado de la vida real y materialista en la que vivía entonces, que siempre la negaba y la rechazaba, porque no era el tipo de vida que quería, porque deseaba otra cosa y para hallarla decidió sumergirse en los sueños, escapando hacia dentro e irse a un mundo distante: Oriente. Así el modernista, para conseguir hacer su vida más armónica, buscó la aventura en un lugar remoto, cuanto más lejano mejor, para curarse rápidamente de sus decepciones. Las imágenes de lo lejano le atraían, porque permitían más margen a su imaginación y le ofrecían la materia prima de la leyenda. Así que el propio Ricardo Gullón (1963) nos explica estas tendencias de evasión y de exotismo que caracterizaban la literatura española de principios del siglo XX, de la forma siguiente: “Si hay evasión, no será de lo real, sino del mundo hostil y retrógrado que les acerca. La evasión puede ser en el tiempo o en el espacio; hacia dentro o hacia la lejanía” (Gullón, 1963, pp. 48-49).
Los litratos de aquella tendencia rechazan la realidad social y no la natural, no quieren integrarse en la sociedad: se encuentran lejos de la vida cotidiana, tienden al indigenismo y al exotismo. Suelen expresar sus afanes intemporales. Otra de las caracterizaciones del modernismo es la voluntad artística junto a una cierta tendencia simbolista, representada por los poetas Juan Ramón Jiménez, Martí y Rubén Darío. Es importante confirmar que estos escritores encontraron en el exotismo una imagen de sí mismos que su propio ambiente les negaba y les dio seguridad respecto a sus señas personales de identidad.
El indigenismo y el exotismo son dos facetas que se complementan entre sí a nivel político-social: responden a determinados síntomas de rebeldía, que surge a la hora de contactar con la realidad mezquina, y lo cierto es que los modernistas españoles, se muestran rebeldes e insumisos con la realidad de la época: el exotismo español siempre ha sido independiente de cualquier otra influencia de otras literaturas extranjeras.
El orientalismo español es un tipo de exotismo indigenista que servía para caracterizar un mundo misteriosamente remoto y distinto que tiene raíces arraigadas en al Ándalus ya que basta con creer que esas raíces cumplen su función mítica, pues, los españoles no son celtiberos, ni árabes, ni godos, al igual que los mexicanos no son aztecas, ni mayas.
La tradición vivía en la imaginación romántica y reapareció en poetas como Francisco Villaespesa y en su obra El Alcázar de las perlas: la leyenda española es tomada como pretexto para una reconstrucción fabulosa, anti-histórica, estimulada por la imaginación poética.
Existe cierta semejanza entre el exotismo y el misticismo, ya que ambos actúan fuera del mundo visible: si el modernista se siente impulsado por la imaginación para alejarse de la amarga realidad social en la que vive, el místico tiene su alma ligada a la divinidad. De hecho, el poeta español de esta corriente, habla de un país distinto y se identifica con él, simplemente porque se siente ciudadano del mundo. Así los poetas modernistas empezaron, cada uno a su manera, expresando su orientalismo mediante poesías de carácter oriental, así lo declara Ricardo Gullón (1980):
[…] los modernistas ignoraron las fronteras, y añado ahora: esa ignorancia trasluce inclinaciones paralelas, pero distintas; una lleva al universalismo (o, más comúnmente, al cosmopolitismo), la otra al exotismo. Este último, como el indigenismo, constituye uno de los modos más sutiles de protesta: hacia fuera, especialmente, y hacia atrás, temporalmente, se evaden (escapismo es otro de los cargos formulados contra ellos) de la circunstancia en que viven. Casal, exiliado interior, es uno de los casos más notorios de seducción exótica registrados en el fin de siglo (Gullón, 1980, p. 15).
Pero si el modernista fracasa al realizar su deseo, vuelve rápidamente a la realidad, dispuesto a soportar todo lo que supone ansiedad y amargura. De tal guisa, el escritor de aquella tendencia utilizó el exotismo de forma inteligente, no para negar la dura realidad, sino como medio para rectificarla. Con el exotismo, los modernistas encontraron una manera de cambiar la vida real por otra mejor.
En definitiva, podemos decir que la producción literaria del modernismo está impregnada de un cierto grado de autoresistencia, ya que los modernistas abogaban por el individualismo. El alma modernista tomaba como punto de partida la referencia del Al-Ándalus y luego se fue desplazando el interés hacia los países orientales. Se ha tomado como eje del análisis el diálogo intercultural introducido por los cronistas para evitar caer en el discurso orientalista, en su aproximación al Oriente árabe. Todo ello sin olvidarse de la esencia de su cultura occidental, ni de su historia, ni del lenguaje, literatura y ni de las bellas artes.
Tras haber analizado algunas de las dimensiones del romanticismo, orientalismo y modernismo hemos llegado a las conclusiones que a continuación se detallan:
En este artículo hemos tratado de destacar el papel importantísimo que cumplió el orientalismo a principios del siglo XX tanto en España como en Europa. Asimismo, se ha argumentado del Modernismo como una corriente literaria por excelencia que busca lo bello y lo absoluto mediante la evasión a los ambientes exóticos del Oriente árabe exaltando los valores individuales y consumistas propios de la ideología anglosajona.
El romanticismo reside en lo más hondo del modernismo orientalista. La innovación modernista afectó al lenguaje, a la métrica y a las técnicas; así que existe una estrecha relación entre el romanticismo, el modernismo y el exotismo oriental. El romanticismo habita en las entrañas, mientras que la superficie se moderniza. Por lo tanto, existe una estrecha relación entre lo ficticio, lo exótico y lo raro, como fuentes ideales de la inspiración literaria modernista.
En este artículo hemos afirmado que tanto en el modernismo orientalista como en el romanticismo, podemos hallar lo melancólico al lado de lo luchador. Se exaltan valores como la belleza, que se encuentra tanto en lo oriental como en lo romántico y modernista. Hay una diferencia clara entre el orientalismo literario español, el francés y el europeo, pues el primero es nacional, mientras que el segundo está animado por un espíritu colonialista. La tendencia orientalista pretendía hacer que el Oriente fuera visible, y tuvo como fruto la Campaña de Napoleón: la creación del Instituto Egipcio en París, creó un ambiente de satisfacción y de anhelos que simpatizarían con Oriente, hasta que éste dejara de ser lejano y distante. En definitiva, el exotismo modernista era una manera de cambiar la vida occidental por otra mejor.
Con estas mimbres, hemos llegado a la conclusión de que los descubrimientos arqueológicos en el Egipto faraónico que han fascinado a medio mundo, condujeron a lo que podríamos llamar el “exotismo arqueológico”. El modernismo es, en buena parte, una pura imitación del movimiento romántico, por el deseo de evasión y por el individualismo, pues, el escritor modernista con su fecunda imaginación siempre viajaba a países lejanos y exóticos, en su permanente búsqueda del paraíso perdido. Las leyendas literarias y los mitos históricos fueron inventados por la mente modernista, que se desliza sutilmente hacia lo exótico-oriental, para vivir allí, las aventuras de Las mil y una noches; de hecho, para los modernistas, Oriente, es la cuna de las civilizaciones y de las culturas, ya que es el lugar por donde sale el sol y el hábitat idóneo para que las noches estrelladas, sean apasionadas.