El factor de la identidad en la construcción de los personajes de De ninguna parte, de Julia Navarro

Document Type : Original papers

Author

Spanish Department, Faculty of Al-Alsun, Minia University, Minia, Egypt

Abstract

El presente trabajo estudia la identidad y su factor constructivo en los personajes de De ninguna parte, de Julia Navarro (Madrid, 1953- ). Pretende resaltar el papel de la identidad y rastrear todos sus aspectos relacionados tanto con los personajes como con el espacio, el tiempo y el narrador desde un enfoque analítico comparativo dado el compromiso que demuestra la producción literaria de la autora con el lector, en especial, y el ser humano, en general. El tema de la identidad aquí tratado concierne a las preocupaciones del lector, ya que se asocia con conflictos y asuntos de interés nacional e internacional, como la emigración, el terrorismo y el conflicto árabe-israelí. De hecho, este estudio pone de manifiesto los recursos y la herramienta que el escritor gestionó en la construcción de sus personajes y de sus identidades basándose en conflictos realmente existentes y utilizando técnicas analépticas y discursivas no solamente para hacer verosímiles las acciones, sino para que el lector sea consciente del conflicto tratado. Ha sido evidente el papel de la identidad en la construcción de algunos personajes, como Jacob, Abir y Noura, que tuvieron que vivir identidades que marcaron sus vidas y que nunca ellos mismos eligieron. La obra presenta a Jacob y a Abir como dos personajes obligados por ajenos a formar un espiral de violencia.

Keywords

Main Subjects


 

Introducción

El presente trabajo aborda el tema de la identidad en De ninguna parte, de Julia Navarro. La producción literaria de Navarro se destaca siempre por tratar asuntos realmente vitales que demuestran el compromiso que mantiene con la sociedad y con el mundo en el que vive. Entre estos temas está la identidad, que ha sido constante en varias obras. Nada extraño, porque la autora asegura dicho compromiso y la identificación del escritor con sus lectores al hablar sobre su última novela, Una historia compartida (2023): "La historia no se puede contar si no es la historia de todos" (Navarro, 2023). De estas palabras se deduce  que cuando el tema tratado coincide con los intereses y las preocupaciones del lector, mayor será la eficiencia e influencia sobre el mismo. Navarro escribe para el ser humano y pretende presentarle el mundo y muchos aspectos no del todo vistos por él. El tema de la identidad nunca dista del hombre ni de su valor como ser humano. Resulta igualmente relevante en el título de su novela Dime quién soy (2010), pero queda bien presente en otras, como Dispara, yo ya estoy muerto (2013), Tú no matarás (2018), etc. Dicho tema  continúa en su obra De ninguna parte, que no es más que un viaje a los confines de la conciencia de unos personajes que se ven obligados a vivir unas identidades que no han querido ni han escogido.    

Este trabajo pretende destacar el factor de la identidad en la construcción de los personajes adoptando un enfoque comparativo. Para ello, analiza el componente del perfil narrativo de los personajes haciendo hincapié en sus identidades y hasta qué punto afecta ésta a sus ideas, actuaciones, sentimientos, emociones, pensamientos y modos de comportarse y de integrarse en el mundo circundante. Analiza los puntos de encuentro, las fuentes comunes y las desviaciones de la identidad de los personajes clave de la obra. Se trata de una historia ficticia basada en un tema real donde se refleja el componente identitario de sus protagonistas. Estudiar a los personajes nos pone frente a dos puntos de vista. El primero es meramente ontológico-narrativo y considera solamente el perfil narrativo construido por el autor; el otro es epistemológico y depende de la percepción del personaje de parte del lector. De dichos puntos de vista hay varias teorías que hacen del personaje un ser sobre el que se le puede hacer un análisis psicológico como a una persona real y otras que lo consideran incompleto y que se limita a una criatura ficticia de un mundo inexistente. Es esta  la teoría de Uri Margolin (1990), que define el personaje literario con un individuo no real que posee una entidad gracias a una serie de rasgos mentales y de atributos físicos que en todos los casos son concedidos por el narrador, por el propio personaje o por otros personajes. Margolin considera de esta forma que los personajes son construcciones textuales y, a diferencia de las «personas reales», estos tienen una entidad ontológica estrecha o incompleta. En este sentido, sobresale la teoría de Umberto Eco (Eco, 2009) que define al personaje ficcional como modelo semiótico u objeto semiótico porque tiene un estatuto ontológico específico cuya percepción dependerá de la experiencia cultural de los lectores y no de la experiencia directa. Son iguales en este caso los personajes históricos y los ficcionales, ya que ambos pueden ser analizados como objetos semióticos, los primeros desde un mundo real, mientras que el otro se hace desde un mundo posible. Será la misma cuestión que desarrolla Ralf Schneider (2001, citado en Gutiérrez-Sanz, 2019) de que la concepción de los personajes como modelos mentales son representaciones mentales que construye el ser humano a partir de su experiencia de lectura. Esta experiencia no se trata simplemente de un proceso cognitivo aislado, sino que afecta y es influido por la condición del lector con el mundo: “los personajes son constructos mentales edificados en la mente del lector mediante un proceso textual de caracterización, identificación y reconocimiento” (pág. 11). Desde los planteamientos de la Poética Cognitiva los límites entre los personajes literarios y las personas reales se vuelven borrosos o casi nulos.  De una forma o de otra la identidad que otorga el escritor a sus personajes es ella misma la que condiciona su comportamiento, temperamento e identidad tanto personal como social dentro del relato. 

Este trabajo pretende estudiar a los personajes de la obra indicada adoptando la teoría de la Retórica Constructivista que considera que los personajes son construcciones retórico-argumentativas complejas y que pueden ser estudiados como interpretaciones discursivas del mundo (Sánchez, 2018). Resulta que en la obra  De ninguna parte, se distinguen dos personajes muy representativos en cuyo análisis se trasciende dicho aspecto cultural que podría disolver las fronteras entre el mundo real y ficcional justificado por espacios y tiempo narrativos reales o verosímiles. La naturaleza de este estudio analítico propone una esfera interdisciplinar para la que nos servimos de la teoría de Tajfel (1974, citado en Scandroglio et al., 2008) que se resume en que el comportamiento social de un individuo varía según una dimensión demarcada por dos extremos: el intergrupal y el interpersonal. El primer extremo es aquel en el cual la conducta estaría determinada por la pertenencia a diferentes grupos o categorías sociales; y el segundo, “en el que la conducta estaría determinada por las relaciones personales con otros individuos y por las características personales idiosincráticas” (pág. 81).    

 

Concepto de la identidad

Antes de seguir adelante con el análisis del factor identitario constructivo de los personajes cabe citar aquí el concepto de ‘identidad’ resaltando la diferencia entre la identidad social y la personal. Primero, la identidad social es una cuestión de similitudes y diferencias, una cuestión personal y social, sobre lo que un individuo tiene en común con algunas personas y lo que le distingue de otras. Según Tajfel (1974, citado en Scandroglio et al., 2008) es “el conocimiento que posee un individuo de que pertenece a determinados grupos sociales junto a la significación emocional y de valor que tiene para él/ella dicha pertenencia” (pág. 80). Por otra parte, la identidad personal, ha sido interpretada como el grado de diferencia que un individuo experimenta frente a la sociedad a la que pertenece. En cambio, la identidad social representa el grado de semejanza que asocia un individuo con dicha sociedad (Deschamp y Devos, 1996, citado  en Scandroglio et al., 2008, p. 81).

 

Tema y argumento

La obra trata el tema de la identidad y el conflicto que ésta pueda acarrear a causa de acontecimientos externos. Abir Nasr es un adolescente que presencia, impotente, el asesinato de su familia durante una misión del ejército israelí en el sur de Líbano. Ante los cadáveres de su madre y su hermana pequeña, grita jurando que perseguirá y matará a los culpables durante el resto de su vida. Uno de estos culpables que participan en dicha misión es el joven Jacob, soldado de origen francés, que creció en el sur de Líbano gracias al trabajo de su padre. Después del fallecimiento de su padre vuelven él y su madre a vivir en París. Ésta descubre su origen judío y, por lo tanto, opta por trasladarse a vivir en la tierra prometida, Israel; decisión que no fue del agrado de su hijo. Pero, no tenía más remedio que aceptarla.

Abir Nasr y su hermano Ismael siguen viviendo un tiempo en Ein el-Helwe y luego se trasladan a Beirut para vivir con unos familiares hasta que los reclama Jamal Adoum, tío de su padre que se hará cargo de ellos. Viven con Jamal y su familia en París, donde realizan sus estudios. Abir y Noura, hija de Jamal, van al mismo liceo, y muchas veces Abir acompaña a Noura a modo de protección cuando va a hacer algunos recados o al ir a la casa de su mejor amiga y compañera del liceo, Marion. Abir cae en amor no correspondido de Marion debido al hecho de pasar con ella una hora de intimidad con la luz apagada y libertad absoluta según las leyes del juego que ella misma sugirió en una de las veces en las que Noura y Abir estuvieron en su casa. Jamal, ofendido por el  comportamiento de su hija, Noura, que imita a Marion en todos los detalles inconvenientes a una chica musulmana, decide llevar a su mujer, Abir e Ismael a vivir en Bruselas, mientras que Farid, su hijo mayor, se queda en París. Jamal prohíbe a todos los miembros de la familia tener contacto ninguno con Noura, que escapó de la casa, fue a la comisaría y pidió protección a los servicios sociales ante la voluntad de su padre, que pretendía casarla a fin de garantizar su distanciamiento de la cultura europea. Mohsen, uno de los jeques del Círculo, que mantiene un contacto con Jamal, lleva a Abir y a Ismael a Afganistán donde reciben el entretenimiento adecuado para convertirlos en combatientes yihadistas. De Afganistán vuelven  a Bruselas, donde Noura prefiere  igualmente quedarse a vivir cerca de su madre.

En Bruselas, Abir manda un comunicado en pendrive de alerta al Canal Internacional cuya sede se sitúa en el edificio de cristal que alberga numerosas empresas y que es uno de los edificios cercanos a la nueva sede de la OTAN (La Organización del Tratado del Atlántico Norte). La amenaza se emite a todo el mundo por Helen, esposa del director del canal, y Benjamin Holz, y en ella se reclama la liberación de los hermanos encarcelados en la prisión de Guantánamo. Si no se cumple esta condición, cada día que pase, la sangre de los suyos les salpicará, y por cada preso morirá uno de los suyos (pág. 154). Pasa el tiempo y cumple Abir con su amenaza con una operación suicida llevada a cabo por su propio hermano, Ismael, contra el mismo Canal Internacional. Tanto la agencia de inteligencia de Israel como la de Estados Unidos y Europa buscan cualquier pista para identificar la voz de quien he emitido el comunicado. Jacob, experto en inteligencia artificial del Mosad[1] de Israel, consigue asociar la voz con la de aquella  adolescente, Abir, que le amargaba los sueños. Tardan la policía belga y las agencias de inteligencia en detener al autor del atentado, lo que provoca otro atentado en el metro. Con la ayuda de Noura, Jacob puede obtener mucha información sobre Abir, y a partir de lla, consigue convencer a Marion, la mujer más deseada por el Abir adolescente y la más odiada por el Abir del momento, para colaborar con la policía para que puedan detenerlo vivo. El plan no sale  totalmente tal como lo habían hecho, puesto que al encontrarse con Marion le pone un cinturón explosivo y la lleva a la sede de la Comisión Europea.  Jacob con la ayuda de Gabriela consigue hackear y manipular el desfibrilador del corazón de Abir, pero Abir hace un esfuerzo supremo con el que consigue tirar de la anilla del cinturón de Marion. Explota el cinturón y todos acaban en pedazos. Luego, Jacob revela que Helen es Marion, de ahí se pone al descubierto la razón por la cual se hizo el primer atentado en el Canal Internacional y la intención de Marion al aceptar hacer el papel de cebo para atraer a Abir con el fin de detenerlo. Helen o Marion tenía un carácter fuerte y siempre pretendía triunfar como periodista.  

La muerte de los padres y la hermana de Abir a manos de los comandos israelíes y el rechazo y el desaprecio que mostró Marion hacia el amor de Abir son las acciones fundamentales de la obra.  A partir de la escena de los cadáveres de los familiares de Abir en Ein El-Helwe empieza el relato y con el cumplimiento de su amenaza de aquella noche (“os mataré a todos”) acaba. Es de notar que el rechazo y la altanería de Marion reforzaron el sentimiento de venganza en Abir, lo que hizo que no dudara  en tirar la anilla de seguridad del cinturón de explosivos que llevaba Marion, su único amor, para que todos terminasen muertos. Con dos amenazas Abir cumplió con los atentados. La primera fue la dirigida a los comandos que mataron a sus padres: “Os mataré a todos y pagaréis por lo que habéis hecho” (pág. 80); y la segunda, que se asocia con la actitud de Marion, fue no declarada: “Marion… pronto nos volveremos a ver. Le prometí que haría algo grande” (pág. 5)  

    

Espacio, tiempo e identidad

Junto a los personajes, como se ve a continuación, el espacio juega un papel fundamental en la novela, puesto que es el presunto recipiente físico de la identidad, tema central de la obra en cuestión. Líbano, Israel, Jordania, Afganistán, París, Bruselas, etc., son claves al trazar ciertos perfiles y marcar identidades contrastivas. Jordania y Líbano frente a Israel representan el conflicto árabe-israelí arraigado en dos identidades culturales opuestas. La ausencia de una solución integral de dicho conflicto dio origen a multitud de emigrantes en  los países europeos, entre ellos París y Bruselas, como se desprende del relato. Los refugiados o los emigrantes forzados suelen mantener sus propias identidades, cosa por la cual a París y Bruselas se llevaron el escenario del conflicto árabe-israelí, y sin duda, las consecuencias del amor frustrado parisiense de Abir Nasr. En la importancia esencial del espacio subyace la estructuración de los capítulos de la novela, en el sentido de que el título de cada capítulo está formado por el personaje central del mismo junto al espacio que abarca sus acontecimientos. Por ejemplo:

 

París

Noura y Marion

Tel Aviv

Jacob

Bruselas

Abir

(pág. 32)

(pág. 76)

(pág. 79)

 

Cabe decir que los tres espacios que se mencionan de una forma directa en los títulos de capítulos son París, Tel Aviv y Bruselas. Aunque Jordania, Líbano y Afganistán fueron implicados a través de referencias retrospectivas (flashback). Jordania es donde  Abir se operó del corazón y le pusieron el desfibrilador cardíaco. Mientras que en Afganistán, cuna del movimiento yihadista de El Círculo, Abir y Ismael fueron entrenados para  trabajar con explosivos, entre otras técnicas yihadistas. No obstante, se presenta Líbano como el espacio cultural que formó la identidad primaria tanto de Abir Nasr como de Jacob Baudin, y con ellos sigue latente. Resulta muy evidente el papel que cumple el espacio en la construcción de la identidad de los personajes, puesto que la emigración o los campos de refugiados no son más que indicadores de itinerancia, como se ha visto en el caso de los personajes de la obra en cuestión. A esto añadimos la indicación paratextual que conlleva la imagen de la portada de la obra, que muestra un joven en un estado pensativo con una mochila en el hombro. Esta imagen  de una forma u otra se relaciona con el espacio y  al mismo tiempo señala una condición de inestabilidad y angustia.              

La narración no ofrece fechas exactas del período durante el cual transcurren las acciones de la obra. Pero se da a entender que el punto de arranque del relato empieza en la primera veintena del siglo XXI según fechas y varias indicaciones, como aquella en la que hablaba sobre la huida de Ali Amri del islamismo radical en Argel a finales de los años noventa (pág. 41) teniendo en cuenta que esto ocurrió muchos años atrás. El relato comienza con un soliloquio de Abir mientras estaba de paso por París planeando  la operación terrorista de Bruselas después de haberse entrenado en Afganistán como parte de la organización terrorista El Círculo. El hecho de mencionar el Congreso Europeo y la sede de OTAN en Bruselas nos acerca a la segunda mitad del siglo XX. Pero la primera fecha que ajusta el cálculo de poner un tiempo narrativo aproximado para la obra es ‘1982’, año en el que estalló la primera guerra de Líbano[2]. Un año antes nació Jacob, uno de los dos protagonistas de la historia. La información facilitada acerca de la vida de Jacob y Abir tiende a confirmar la propuesta anterior. Sobresale la eficiencia narrativa en ubicar estas acciones y el tema de la identidad en este tiempo narrativo que, a pesar del avance tecnológico en los medios de comunicación social la identidad tanto personal como social, sigue siendo un eje muy relevante en formar el destino de todos.

La historia, como se desprende del relato, respeta el orden cronológico de acontecimientos y condiciones históricas. No obstante, hay  varios saltos retrospectivos, flashbacks, para arrojar luz sobre las acciones precedentes que permiten perfilar la construcción de los personajes. Junto a la técnica retrospectiva, la obra está estructurada por escenarios o breves relatos que agilizan un  ritmo narrativo que varias veces se ralentiza con la descripción de los personajes o con los diálogos y soliloquios frecuentes a lo largo del relato. Al mismo tiempo, esta estructura externa fragmentada en lugares diferentes nos recuerdan, como señala Darío Villanueva (1995, pág. 51), que “lo que leemos obligatoriamente en progresión corresponde en realidad a un mismo instante”.

El narrador omnisciente penetra en las almas de los personajes; habla de su interioridad y revela lo que piensan y por qué se comportan de una cierta forma. Pone al descubierto lo que siente Abir hacia su prima, Noura: “Abir no podía dejar de querer a su prima, por más que le avergonzara su comportamiento indecente” (pág. 7). El narrador, a veces, se empeña a exteriorizar al lector lo que gira en el interior del personaje, incluso en su soliloquio: “aspiró el humo para que se fundiera con los pulmones. Volvió a hablar consigo mismo permitiendo que fluyeran sus pensamientos” (pág. 9). Hasta el punto de que relata lo que habría sentido Abir si se hubiera acercado a la casa donde vivía con sus tíos en París: “Le hubiera gustado acercarse hasta la casa donde antaño vivió con sus tíos.” (pág. 9).   

Acaso debería hacerlo con el fin de destacar el perfil de identidad de los personajes y aprovecha la oportunidad de cuando habla uno de ellos sobre sí mismo para coger la palabra de él adoptando de esta forma el estilo indirecto libre, como se ve en el siguiente texto:

 

Esta noche el pasado me visita como tantas otras noches y me cuesta reconocerme en el adolescente que fui. Aún siento un temblor cuando recuerdo el día en que llegué a París con mi hermano y el tío Jamal…

Abir e Ismail, dos huérfanos asustados que no podíamos elegir. Era consecuencia de la tragedia. Mi tragedia. El asesinato de nuestros padres en Ein el-Helwe. Aquel comando israelí nos dejó huérfanos.

Cierro los ojos para recordar mejor, aunque temo revivir lo que sucedió entonces y que en el presente forma parte de la pesadilla que me impide dormir.    

 

Se aclara la omnisciencia del narrador igualmente al describir el temor de Fátima de no volver a ver a su hija, Noura, antes de irse a vivir en Bruselas, y su desconfianza en su hijo, Farid, muy severo con su hermana: “Temía no poder despedirse y que no supiera dónde encontrarlos. No podía confiar en su hijo Farid, puesto que era un riguroso cumplidor de la ley y creía que Noura debía ser castigada con severidad” (pág. 65).

La descripción psicológica de los personajes es un recurso fundamental en la construcción de los actantes, ya que hará posible explorar más profundamente su mente y sus emociones dándoles una representación más realista. Por este recurso se puede comprender los motivos, el comportamiento y la personalidad del personaje y se revelan los conflictos internos, las pasiones ocultas, los miedos y los deseos más profundos. La teoría literaria presenta la descripción psicológica de los personajes narrativos como una herramienta importante para su desarrollo destacando la relevancia del inconsciente y los arquetipos en su construcción. Por ello, son abundantes las descripciones psicológicas de los personajes, especialmente los principales, donde mayormente son involucrados en la trama, como Jacob, Abir, Noura, etc. Veámosllo más detenidamente.

 

La construcción de los personajes

La identidad juega un papel muy importante en la construcción de los personajes, entre los que sobresalen Abir Nasr y Jacob Baudin. Son dos ejemplos que no se identifican con sus propias almas y que trabajan contra lo que ellos son. También destacan otros personajes que luchan por su identidad, optan por cambiarla o alternan una identidad por otra, como Jamal Addoum, Noura y Marion, respectivamente. De hecho, la identidad se considera un factor muy esencial a la hora de  trazar los personajes, su pasado y su futuro, de  interpretar su pensamiento y su comportamiento.

 

Abir Nasr

Abir Nasr, hijo de Ghada y Jaafar Nasr, pertenece a una familia muy pobre que vive en el sur de Líbano. Era un niño de doce años cuando vio a sus padres y hermana menor morir delante de sus ojos en una operación realizada por los comandos israelíes en Ein El-Helwe, un campo de refugiados del sur de Líbano. Sentirse impotente ante las armas de los soldados israelíes le causó un intenso dolor para el resto de su vida. Hubiera podido experimentar cierto cambio durante sus estudios en el liceo con su prima, Noura, y con su amor a Marion, amiga de su prima. Pero la protección constante de su tío Jamal le mantenía a salvo tanto a él como a su hermano, Ismael. Imitaba a aquellos muchachos franceses para sentirse parte de ellos; pretendía hablar y comportarse como ellos, incluso “evitaba a otros musulmanes como él” (pág. 8); sin embargo,  ellos siempre se reían de él y lo trataban como a un árabe musulmán nunca como a un buen francés. Según parece, había algo más que le hacía distante, como “su color de piel, su ropa y su acento gutural al hablar francés”. Abir no tenía ningún inconveniente en integrarse, por lo que se negaba hablar árabe en casa y abominaba de las comidas de su tía Fátima. En varias ocasiones fue castigado por su tío Jamal, que siempre le conminaba a no convertirse en lo que nunca sería. Él mismo confiesa a su tío Jamal todo lo que experimentaba respecto a lo que realmente pensaba y a ciertos comportamientos suyos. Le comentaba a su tío que verdaderamente se apartaba de la religión, ansiaba ser como los demás chicos de su edad;  fumaba y bebía para que no lo vieran como un pobre musulmán sin patria.

Se acrecentó aún más ese sentimiento de inferioridad con el desprecio y la indiferencia con que le trataba Marion, de la que estaba muy enamorado. Así se lo dijo el último día del liceo: “Algún día te arrepentirás de haberme tratado así. Seré un hombre importante, Marion, muy importante” (pág. 64). Y cumplió su amenaza desde su punto de vista.

 La obra señala que el odio que sentía tanto Abir como el resto de su familia se debía a las prácticas violentas de Israel contra los palestinos. Es lo que se desprende de las palabras del narrador sobre Jamal Adoum: “Jamal nunca perdonó a los judíos y educó a sus hijos y a sus dos sobrinos en el odio a los asesinos. Nunca les permitió olvidar, ni siquiera sanar las heridas” (págs. 7-8).

A causa del rechazo que experimentó Abir de la sociedad francesa y el desprecio que le mostraba Marion, por una parte, y el rencor hacia los invasores israelíes que le quitaron sus padres, por otra,  el personaje se convertirá en uno de los lugartenientes de Mohson organizando y participando en algunos atentados. Se destacan el odio, el amor y la venganza como factores que formaron el nuevo carácter de Abir, puesto que son las dos cosas en las que pensó a la hora de decidir su viaje a Afganistán. La idea de acompañar al jeque Mohsin a Afganistán no estaba presente en el pensamiento de Abir. Eso es lo que pretenden señalar las siguientes palabras:

 

Abir tampoco dijo nada. Pensó en Marion. Si se marchaba a Afganistán, no volvería a verla en mucho tiempo y eso le provocaba un dolor profundo porque temía que ella se casara con otro, pero al mismo tiempo disfrutaba pensando que acaso algún día podría vengarse de todos esos chicos que tanto le habían despreciado. (pág. 57)           

 

Está claro que la visita del jeque Mohsin cambió las vidas de Abir e Ismael para siempre, tal como las había cambiado antes en Ein el-Helwe. La otra razón nutrida por el odio y la venganza a los judíos que motivaba a Abir a ir a Afganistán se pone de manifiesto cuando éste trata de persuadir a su hermano pequeño, Ismael, recordándole a sus padres asesinados por los «perros judíos» y su obligación de vengarlos.

Noura, la prima de Abir, confirmó el sufrimiento del joven por la pérdida de sus padres de niño y por un amor envenenado de adolescente. Acaso ella interpreta la imagen del niño, Abir, que pintaba Jacob durante todos esos años, cuando describía al peligroso terrorista de Bruselas: “El mismo Abir al que habían preparado para odiar, para convertirse en un «soldado» en la guerra contra Occidente, y que ahora saboreaba su triunfo viendo cómo él también sabía derramar sangre sembrando el terror” (pág. 286). Y por consiguiente sabía perfectamente que Marion era una de las destinatarias del mensaje de los atentados. Por eso el primer atentado tuvo lugar en el Canal Internacional en el que trabajaba Marion con el seudónimo de Helen. Fijémonos en las palabras que describen la actitud de Abir ante a Marion: “nunca se olvidó de aquella hora con Marion. Nunca se olvidó de su indiferencia. Nunca se olvidó de cuánto le humillaba verla con otros. Nunca se olvidó de cuánto había soñado con ella” (pág. 36).  De estas palabras se deduce que Marion fue uno de los motivos que cambió  el carácter de Abir y contribuyeron a hacer que no perteneciera a ninguna parte. 

 

Jacob Baudin

Es el hijo único de Joanna y André Baudin, un comerciante francés que por negocios vivió buena parte de su vida en Beirut, donde nació Jacob. Sabe perfectamente francés y árabe porque pasó sus primeros años en Beirut. Tuvo que regresar a Francia cuando su padre enfermó. Lo que nunca esperaba Jacob era ser también judío porque así era su madre y sus abuelos y el resto de sus antepasados maternos.

Además de Abir, Jacob es un personaje que siente que no pertenece a ninguna parte. Sufre un desarraigo que empezó a experimentar desde el momento en el que formaba parte del comando israelí que mató a la familia de Abir. Desde aquel entonces no había vuelto a ser el mismo. Su adolescencia en Ein el-Helwe del sur de Líbano formó su primera identidad que se compoletó con la parisina. Dejar Beirut supuso para Jacob un desgarro que no pudo reparar ni siquiera con el mundo parisiense en el que al principio le resultaba difícil encontrar amigos y se sentía excluido por los niños de su edad por parecer árabe emigrante. Pero con la israelí nunca se ha podido adaptar del todo, pues “se cuestiona permanentemente lo que hace, que está obligado a vivir una vida que no ha elegido” (Navarro, 2021). Siempre experimentaba un conflicto moral entre el bien y el mal con los hechos u operaciones de campo en los que se sentía obligado a participar. Tenía muchas preguntas a las cuales no encontraba respuestas definitivas y “sentía que había perdido las riendas de su vida”. Dicho conflicto ha sido la razón de pasar una temporada de su servicio militar en prisión por sus actitudes indecisas contra los presuntos enemigos del pueblo israelí, mejor dicho, por haberse convertido en un refusenik[3],  de ahí que se dedicara a las labores de la inteligencia artificial gracias a Dor, teniente del Mosad, quien conoció la situación psicológica de Jacob a través de su madre.

Durante mucho tiempo se aferraba en lo que era y rechazaba lo que había sido. No se identificaba con ser judío y mucho menos israelí. Le preocupaba “perder la perspectiva y terminar siendo una parte de ellos” (pág. 11). Para Jacob no había más casa que aquella que habían dejado en Beirut. En cambio, para su madre Israel era su casa. Un niño que no había cumplido 13 años tuvo que acompañarla y emprender una vida nueva en un país en el que le resultaba extraño el idioma y los propios ciudadanos que hicieron de la anomalía que se vivía en este país su normalidad. Para él, Tel Aviv no era una ciudad normal, porque Israel no era un país normal. Le reprochaba a su madre que hubiera decidido dejar París para instalarse en Israel, pero tampoco se había sentido una parte de la primera ni siquiera la recordaba con nostalgia. Lo único que recordaba era que le gustaba vivir en Beirut y que allí era feliz y tenía muchos amigos.

Al contrario de lo que pensaba Jacob, resulta que no todos los israelíes se daban cuenta de hasta qué punto era extraña la vida allí, porque él no era el primero ni el último que necesitaba consultar a un psiquiatra. Por este motivo intentaba convencerle su jefe, Natan Lewin, de que fuera a ver a la doctora Tudela del departamento de psiquiatría del hospital Sheba de Tel Aviv. Le confesó su propio jefe que durante algún tiempo lo trataba y que él no era un caso único ni especial, sino que a veces necesitaban poner su cabeza en orden.

Se puede pensar que Jacob no se sintió de ninguna parte hasta el final de la obra. Tal vez no cambió de perspectiva como temía, sino que su apego a su trabajo de informática e inteligencia artificial  le hizo feliz por dejar de pensar en los fantasmas que nacieron en su celebro por participar en operaciones militares. Así se desprende de las palabras del narrador omnisciente que justifica la indiferencia de Jacob, más preocupado por su trabajo que por su salud mental:

 

“Se dio una ducha rápida y se sentó ante el ordenador. Tenía que terminar de perfilar un programa informático antes de ir al hospital. No le importaba; le gustaba su trabajo, y si no fuera por los fantasmas que poblaban su cerebro, casi podría llegar a ser feliz” (pág. 12).    

 

Desde que Jacob dejó sus raíces en Líbano y ni siquiera había echado raíces en Francia al estar obligado a trasladarse a vivir en Israel, veía a los chicos de su edad desde lejos, ya que actuaban de una forma distinta. No los consideraba iguales a él, ni ellos a él tampoco. Sentía curiosidad por  saber por qué lo consideraban diferente. Pero le era imposible, porque no sabía pensar como ellos ni sentir como ellos. La razón habitaba en él mismo debido a que no compartía las raíces con dichos chicos. No era fácil, porque aunque tenía que aprender que era ser judío no estaba seguro de ser uno de ellos.

Había que hacer un gran esfuerzo para ponerse en la piel de otros. Cuando era un adolescente intentaba comprender por qué los chicos de su edad actuaban de determinada manera y también por qué le consideraban diferentes. Porque eso es lo que había sentido cuando su madre le llevó a vivir a Israel y tuvo que aprender qué era ser judío, y tampoco estaba seguro de ser uno de «ellos». Ése era el reproche de su madre: “Jacob —le decía—, tienes que sentirte integrado, somos judíos, no puedes desprenderte de lo que eres” (pág. 244). Pero sí podía porque no había logrado sentirse totalmente concernido de la esencia que suponía «ser» judío, aunque no renegaba de serlo.

 

Rasgos comunes entre Abir y Jacob

Es de notar que tanto Abir como Jacob son manipulados por otras personas o instituciones. Dichas personas o instituciones buscaban perfiles determinados que en la mayoría de las veces sufren inestabilidad psicológica para utilizarlos en operaciones específicas. Vemos que Abir padecía el trauma de perder a sus padres y su hermana durante su infancia y de adolescente, el desprecio y la indiferencia por su amor no correspondido. A Jacob le angustiaba la desconformidad hacia lo que hacía y los gritos de los inocentes que le aterrorizan los sueños. Ambos, como se observa en la Figura 1, pasaron los primeros años de su infancia en Líbano y una parte de su adolescencia en Francia. Mientras que Abir se entrena con los yihadistas en Afganistán Jacob ya había aprendido cómo defender a Israel. Por la presión de otros se vieron obligados a ser lo que nunca pensaron ser: por el jeque Mohsin y Jamal Addoum, en el caso de Abir, y por la madre y los directrices militares, como Dor, en el de Jacob. Los dos jóvenes se sienten extranjeros dentro de sí mismos y están obligados a vivir una vida que no han elegido. Ambos cumplen con sus funciones, puesto que Abir pretendió vengarse de sus presuntos enemigos a través de los atentados que había planeado, y Jacob, al contrario de lo que quería hacer, no tardó en revelar el nombre del hombre del comunicado que amenazaba no solo a Estados Unidos sino a todos los países del OTAN. Con las manos de Jacob Abir llegó a su final funesto. 

 

 

Figura N. (1): El desarrollo de la identidad-cultura de Abir y Jacob

 
                 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Etapas del ciclo de vida

 

Abir Nasr

 

Jacob Baudin

 

 

           

 

 

 

 

     

 

 

 

adultez

Bruselas

 
   

Israel

 

 

     

 

 

juventud

Afganistán

     

Israel

 

 

     

 

 

adolescencia

Francia

     

Francia

 

 

     

 

 

infancia

Líbano

     

Líbano

 

 

     

 

 

             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es de gran importancia la comparación que hace  el narrador entre Jacob y Abir. Según él, Jacob y Abir habían tenido vidas distintas, códigos morales opuestos, aunque ambos  se sentían de ninguna parte. Se justifica el caso por el hecho de que a los dos les fueron arrancadas las raíces. Por eso, cada uno “deja de ser quien creía ser y a partir de ese momento se busca a sí mismo en medio de la confusión” (pág. 244). Es relevante el contraste que demuestra la sociedad israelí con Jacob y la francesa en la que vivía Abir, donde desde el principio lo ignoraba como emigrante, como si fuera inferior. Sus compañeros tomaban la iniciativa de hablar con él hasta que en alguna ocasión le habían excluido de los juegos en el patio del liceo, teniendo en cuenta el desprecio que ganó por su amor a Marion. En cambio, la sociedad israelí acogió a Jacob y buscó todas las formas posibles para que éste se acercara a la cultura y se familiarizara con sus ciudadanos. Cabe señalar que Jacob igualmente no le fue fácil adaptarse a la vida en París, ya que al principio los chicos del liceo se reían de él debido a su francés con «acento». He aquí las palabras del profesor que intentaba convencer a una madre que dejara a su hijo ir a la casa de Jacob y que no se preocupara porque su familia es francesa, no árabe emigrante:

 

Pero aún recordaba cuánto le hirió escuchar al director del liceo explicarle a la madre de uno de los alumnos que no debía preocuparse por permitir que su hijo fuera a la casa de los Baudin porque era una familia «francesa» de verdad y, además, muy bien situada. No, no eran «árabes» emigrantes, sino franceses, aunque hubieran vivido en Beirut (págs. 27-28).

 

Del mismo modo, es de notar la diferencia entre la actitud de los dos jóvenes, Jacob y Abir, ya que el primero era quien se distanciaba, mientras que el segundo trataba de integrarse en la sociedad francesa y convertirse en un francés. Pero por más que  se resistiera,  fue excluido, como confesaba él mismo a su tío Jamal aquel día en el que éste descubrió que Noura se deshacía del hiyab al salir de casa:

 

Le confesó que se había apartado de la religión, que ansiaba ser como los demás chicos, que no le vieran como un pobre musulmán sin patria, por eso fumaba, por eso bebía… por eso… sí, por eso había estado dispuesto a quebrar todas las enseñanzas del Profeta y había faltado al Altísimo (págs. 37-38).

 

Junto a la comparación que realiza el narrador de dichos personajes, Jacob se esfuerza mucho en rastrear la evolución de la personalidad de Abir; trata de comprender por qué Abir tanto como otros del mismo caso se transformaban y se convertían en terroristas peligrosos. Era un acertijo indescifrable porque para descifrarlo uno debería ponerse en la piel de otro, como aclaró Miriam, agente de Mosad en el barrio de Molenbeek. Mejor dicho, uno debería experimentar y vivir todas las experiencias del otro, proceso que se considera imposible. Imposible también era que Jacob se sintiera uno de esos chicos judíos y actuara como ellos.

Jacob y Abir habían tenido que construirse una identidad más, aunque con todas se sintieran de ninguna parte. Ser francés o israelí no sobrepasaba opciones que pretendían mostrar, no lo que era en la realidad. Al tiempo en que Jamal Adoum insistía en que Abir e Ismael no dejaran de ser musulmanes, la madre de Jacob le reprochaba lo siguiente: “tienes que sentirte integrado, somos judíos, no puedes desprenderte de lo que eres”. El primero se aferraba a las raíces o identidad que había vivido Abir, mientras que la madre de Jacob se obstinaba en hacerle a su hijo lo que nunca él hubiera sido. Jamal Adoum y el amor mal correspondido a Marion pudieron intensificar el sentimiento de venganza en Abir. En cambio, Jacob “no había logrado sentirse totalmente concernido de la esencia que suponía «ser» judío, aunque no renegaba de serlo” (pág. 244).

El comportamiento de Abir asegura que él no pudo tener la identidad de ser francés al mismo tiempo en que perdió su identidad de ser libanés, es decir, él dejó su identidad libanesa pero no pudo adquirir la francesa. Por ello, se convirtió en nadie; se sintió de ninguna parte. Tal como lo interpreta la obra:

 

no era nadie, y no lo era porque no era de ninguna parte. Ya no pertenecía a Ein el-Helwe, el pueblo donde había nacido, en el que había crecido, en el que se había enfrentado a la muerte.  Tampoco era francés. Ni un solo día le habían permitido siquiera soñar con ser uno de ellos. No, no era de ninguna parte y eso hacía que no fuera nadie. (pág. 41)

 

Perder su identidad hizo de él una persona manejable que procuraba encontrar su ser en actos grandes fuera cual fuera su valor. El hecho de sentirse  no correspondido en su amor por Marion plantó en él la semilla del odio y el rencor. Con los atentados que planeó Abir intentó demostrarle a Marion que no sería un chico más de un barrio de emigrantes.

El sufrimiento de Jacob y Abrir no acaba porque no son ellos mismos, porque perdieron sus raíces sin quererlo y, por consiguiente, no se puede decir que habrá un punto final para todos los involucrados y el mundo circundante. Nadie ganará porque no hay una guerra final, como comentó Jacob a Louise Moos, jefa de la seguridad belga, y a Austin Turner, el representante de la CIA, y no siempre quien siembra es necesariamente quien cosecha. Tal como declaró la jefa de la seguridad belga, con la muerte de Abir Nasr el problema no se ha resuelto, porque habrá otros Abir Nasr, otros que padecen lo mismo. Así pues, acabar con Abir Nasr no era forma de tratamiento porque la curación nunca sería exterminar el órgano, sino subsanarlo y reponerlo para cumplir con sus funciones originales. Y lo más idóneo en casos como estos es no dejar que surja la enfermedad, sino adoptar medios preventivos que esquiven la infección, es decir, el terrorismo. La obra presenta un espiral de violencia a través de los dos personajes principales, Jacob y Abir, ya que al principio del relato ambos se cruzaron en un campo de refugiados en el sur del Líbano donde Jacob se consideraba un asesino y al final del relato volvieron a cruzarse en Bruselas donde el segundo se convirtió en asesino.

 

Jamal Adoum y la transición de la identidad de Noura

Noura es la prima de Abir e hija menor de Fátima y Jamal Adoum. Tiene casi de la misma edad de Abir e iba al mismo liceo cuando eran adolescentes. Por su imitación a la conducta de su amiga, Marion, su padre quería obligarla a casarse con Ibrahim, un joven musulmán, para garantizar su buena conducta y no deshonrar a la familia Adoum. Aunque Noura escapó de casa y su imagen se convirtió en una vergüenza para la familia, sin embargo Abir no lograba despreciarla porque siempre recordaba que cuando llegaron a la casa Adoum en París lo recibió a él y a Ismael con amabilidad y dulzura. Los ayudaba y guiaba durante sus primeros meses en la ciudad. Abir la admiraba, tal vez por alegre, confiada y siempre dispuesta a estar al lado de quien lo necesitara.

Jamal, tío del padre de Abir, vivía en París al principio y luego en Bruselas. Estaba casado con Fátima, y tenía dos hijos: Farid, que era electricista como él, pero más tarde se convirtió en imán y seguía viviendo en París; y Noura, que renunció la vida en la casa de sus padres por adoptar el estilo de vida occidental. Aunque Jamal Adoum vivía en París no se sentía francés, ni siquiera agradecido por vivir entre los franceses. Pensaba que nunca le consideraban uno de ellos y  que “nada le habían regalado” (pág. 7), así que nada les debía a ellos. Jamal seguía manteniendo su identidad cultural de origen. Era consciente de que pasara lo que pasara nunca sería tratado como un francés o un europeo, de ahí que se agarrara muy fuertemente a  su identidad cultural repitiendo: “¿Por qué hemos de renunciar a nuestras creencias y a nuestras costumbres para agradarles? Algún día toda Europa será nuestra y los infieles se convertirán” (pág. 8).   

El padre y la hija son dos figuras opuestas. El primero insiste en mantener su identidad y su cultura como árabe y musulmán. Ve que ha sido obligado a vivir en una sociedad “que le observaba de reojo, con desconfianza […] que él consideraba moralmente podrida […] que despreciaba” (pág. 284). Jamal Adoum no pone límites entre los países europeos, puesto que cuando habla de Occidente habla de todos los países del OTAN. Piensa que “los judíos eran los guardianes de Occidente en Oriente”. Cree que el constante silencio de los países de occidente ante las barbaridades que cometen los judíos en el Oriente Medio no deja de ser una humillación. Por eso ansiaba humillar a la sociedad occidental.

Al contrario de Noura, su padre no aceptaba las reglas de la sociedad occidental;  siempre era visto como alguien diferente, y esa diferencia le desgarraba por dentro y le provocaba una ira muy profunda, sentimiento que compartía con sus hijos, Farid y su sobrino, Abir. Tal vez el origen del odio tuvo su origen en la violencia del Estado israelí cometida en Palestina y Líbano. Así que cuando se menciona la palabra ‘judío’ se acompaña por actuaciones imperdonables, como asaltar la casa de Abir segando la vida de sus padres.

Noura estaba segura de que debería aceptar las reglas de la sociedad de acogida para no sentirse distinta. Y así se comportaba. Seguía a rajatabla a su amiga francesa, Marion. Tal vez fueron unidas por su belleza y por compartir la envidia de sus compañeras y la seducción a sus compañeros de clase. La imitaba en todo: su comportamiento, su vestimenta, sus ideas acerca de las religiones, etc. Dejó la casa para pedir auxilio a la policía como forma de rechazar la oferta de contraer matrimonio con un pariente del imán de la mezquita. Jamal, que se sintió humillado y deshonrado por el comportamiento indecente de su hija, prohibió a toda la familia hablar con Noura. Con 18 años se graduó en el liceo y decidió buscar su vida lejos de las convenciones religiosas. Se fue a vivir en Bruselas igual que su familia para estar cerca de su madre, a la que se sentía muy unida. Trabajó como cantante en un restaurante de los barrios ricos de Bruselas, e incluso mantenía relaciones extramatrimoniales con su propietario. Noura se dio cuenta de que para no sentirse excluida por la sociedad en la que vivía había de aceptar sus reglas. Dicha sociedad le arrancaba del conjunto de normas que la oprimían, “que le impedían ser, hacer, sentir, decidir” (pág. 284). Está claro que la diferencia entre Jamal Adoum y su hija residía en el conjunto de normas basado en la religión. La identidad desde este punto de vista se hace muy relevante al recordar las palabras de la madre de Jacob, que limitaba la identidad al hecho de ser judío, tal como las repetidas palabras de Jamal Adoum y su obediencia al imán de la mezquita y a los jefes del Círculo.

A pesar de esa actitud Noura reconocía el dolor que subyacía en el alma de su padre y sus primos por el asesinato de los padres de Abir y Ismael. Lo que hizo que Noura pensara: “Y ahora pretendían pedirles cuentas de su odio” (pág. 284). Noura no justificaba los atentados terroristas planeados por su primo, sino que lamentaba el extremo al que había sido llevado su primo por el odio. Por otra parte, Noura devuelve una parte del rencor y el odio al desprecio con el que Marion trató a su primo, pues estaba segura de que Abir seguía herido por el desprecio de Marion y de que “aquel desprecio le había llevado a sumirse en el rencor” (pág. 285). No comprendía cómo esta chica le había seducido para después despreciarle.

Lo que resulta extraño es que el personaje de Noura representa igualmente un modelo de desarraigo, ya que aunque “ella había dicho «no» a las normas, a las tradiciones y a la religión de sus padres” (pág. 285), y, de esta forma dejó de pertenecer a su comunidad, no se sintió francesa ni de otra identidad; se quedó en tierra de nadie. Se sentía sola y desarraigada. Puede que estuviera disfrutando de su libertad, “una libertad por la que había pagado el precio de la soledad […] Precio de la falta de identidad” (p. 285). Marion representaba para Noura una identidad de fuerza y libertad, pero una vez que Noura se fundió en la amistad de esa y se convirtió en una copia exacta de la misma, desapareció Marion y se esfumó la amistad. Noura se deshizo de su familia, sus tradiciones y costumbres, mejor dicho, de su identidad. Lo único que mantenía a Noura en la órbita de su cultura era Fátima, su madre. En todo caso, Noura se quedó como una copia sin el original, sin tierra propia, con los recuerdos de sus años del liceo, los años vividos bajo la batuta de Marion. Ella buscaba identidad (autoestima) en esa sociedad que le ofrecía una puerta de entrada para la libertad, para dedicarse a la música, para no estar condicionada por las costumbres ni por la religión, porque ella se sentía inferior como mujer en su familia, por una parte, y condicionada como musulmana en la sociedad francesa.

 

La doble identidad de Marion

Marion y su hermana mayor, Lissette, son dos hijas que viven a solas en su piso propio. Su madre, de origen español, murió de cáncer y su padre las abandonó cuando eran adolescentes. Marion era amiga de Noura, la prima de Abir. Era guapa, “de cabello castaño casi rubio, los ojos del color de la miel, sus piernas interminables, el busto abundante. Y sobre todo el descaro con el que miraba” (pág. 33). Era tan guapa que la mayoría de los chicos del liceo pretendía mantener contacto ella. Aunque no prestaba mucha atención a los estudios, gracias a su inteligencia aprobaba todos los exámenes con sobresaliente. Aunque era la amiga más íntima de Noura, el padre de ésta mostraba una especial aversión por ella  porque pensaba que era una mala influencia para su hija. De hecho, Marion era quien le prestaba a Noura sus minifaldas, las camisetas ajustadas y los zapatos de tacón; compartía con Noura una caja de maquillaje  para colorear el rostro y las uñas. Era Marion también quien acompañó a Noura a un centro público de ayuda a las mujeres para pedir protección.

A pesar de que Abrir estaba muy enamorado de Marion, ella no le prestaba atención ni sentía por él ninguna consideración hasta aquella noche de aventura que cambió la desconsideración por el desprecio y el maltrato. Según las palabras de Noura, Marion quería solo divertirse, no quería casarse, quería ser libre y hacer de su vida lo que le viniera  en gana sin tener que obedecer a un marido. 

 

Marion nunca será de nadie. Quiere ser importante […] Aún no sabe qué hará cuando termine el liceo, pero si algo tiene claro es que no quiere vivir en un suburbio, ni convertirse en dependienta, ni ser maestra de niños insoportables, ni casarse y dedicarse a lavar la ropa de su marido. (pág. 36)

 

No se explica de dónde saca Marion tanto odio y desaprecio hacia Abir. De hecho, no dejaba ninguna ocasión sin hacerle sentir humillado e indiferente; incluso aquel último día del liceo en el que unos se despedían de otros, Marion lo trató con todo desprecio y arrogancia:

 

Y ahora desaparece, Abir, no tengo ganas de hablar contigo.

—¿Sabes, Marion?, algún día te arrepentirás de tratar tan mal a las personas. Te crees superior, pero no lo eres.

—Me es indiferente lo que pienses de mí. No eres nadie, Abir, nadie.

—Soy el chico con el que te acostaste por primera vez. Estoy seguro de que perdiste la virginidad conmigo.

—Pero ¡qué idiota eres! Jamás te habría elegido para algo así.

—Algún día te arrepentirás de haberme tratado así. Seré un hombre importante, Marion, muy importante.

Ella comenzó a reír y su risa estaba repleta de desprecio. Dio media vuelta sin despedirse de él, ni tan siquiera mirarle. Abir no existía para ella. (pág. 64) 

 

Marion era una mujer excepcional, tan valiente y decidida que pudo vivir con dos identidades. Encarna un caso de inestabilidad constante en lo que se refiere al trato con Abir y su amiga, Noura; e incluso una identidad doble con su marido, Andrew Morris. Como se ha mencionado anteriormente, la relación de Marion con Abir pasó de indiferencia a desprecio y odio, mientras que la relación con Noura empezó a transformarse después de que ésta se ingresara en un centro público de ayuda. No quiso saber nada de ella con la excusa de que una vez se acabó la etapa del liceo sus amistades dejarán de tener importancia. Lo mismo se demostró cuando ambas volvieron a verse en la estación del metro en Bruselas justo después del segundo atentado, puesto que Marion repitió: “no quiero saber nada de ti”. De hecho, Noura notó esa duplicidad en la forma de hablar de Marion cuando la visitó la última vez en su casa: “De repente Marion le resultaba una extraña. Le hablaba como si no fueran amigas íntimas, como si de repente esa amistad ya no contara”.             

Por otra parte, se pone de manifiesto la doble identidad de Marion al final de la historia, cuando su esposo, Andrew Morris, descubre las  dos identidades de su propia esposa. Jacob Baudin enunció: “Usted conocía a Helen Morris pero no a Marion Cloutier, porque cuando usted la conoció, Marion ya no existía. Ella la había dejado atrás. Era Helen y no quería ser otra” (pág. 379). No obstante, su relación con Andrew Morris no era la única, sino que por pura ambición  buscaba a los hombres que le pudieran ayudar a lograr sus objetivos. No parecía satisfecha con lo que le ofrecían los hombres con los que se relacionaba:

 

Conoció a un chico que tenía un trabajo en Inglaterra, se fue con él, empezó a estudiar y a trabajar en Londres. Se casaron, se divorciaron, después se volvió a casar con el asistente de un europarlamentario belga, vivió una temporada en Bruselas, parecía que había sentado la cabeza, pero conoció a un empresario, un hombre rico…, y dejó a su segundo marido. El empresario le regaló un apartamento cerca de la Grand Place, pero estaba casado y al final ella le abandonó por otro europarlamentario, esta vez alemán, que también estaba casado. Luego conoció a un escritor canadiense y se marchó con él a Shanghái. No duró mucho y regresó durante un tiempo a Bruselas. Creo que fue durante unas vacaciones en Mallorca que conoció a otro hombre, el dueño de un restaurante. (págs. 320-321)

 

Marion es un caso especial porque consigue mantener  dos o más identidades: una con el nombre de Marion, con la que estudiaba en el liceo y era conocida en París hasta irse con Paul, su novio inglés; otra identidad es aquella por la que respondía al nombre de Helen, trabajaba en el Canal Internacional y se casó con Andrew Morris en Bruselas. En su primera identidad como Marion rechazó cualquier contacto con Abir, pero por su afán de periodista se atrevió a entrevistarlo como terrorista peligroso. Ella quiso y logró mantener esas dos identidades; sin embargo, no consiguió evitar las consecuencias de la primera.

 

Aspectos identitarios intergrupales

Es de notar la categorización establecida por las sociedades en las que viven los personajes de la obra en cuestión y esto no dista de las teorías presentadas sobre la identidad social (Tajfel & Turner, 1979). De este modo resulta pertinente destacar esas murallas que construyen los medios sociales y cómo reaccionan los individuos. Los indicios que ofrece la obra acerca de la identidad social tienden a varios personajes entre atributos y comportamientos. Los emigrantes musulmanes tanto en París como en Bruselas, como se menciona en la obra, forman un sector marginado cuya identidad estaría supeditada a varios atributos que se dan a sí mismo y que los otros –fuera de ese ámbito– piensan acerca de dicho ámbito. Veamos primero el caso de los emigrantes musulmanes en Francia.

Sin duda alguna, se revelan muchos indicios que aseguran la categorización del sector de los emigrantes musulmanes. Sobresale la situación de la mujer, cuyas libertades personales se ven restringidas. Por eso Marion invitaba su amiga, Noura, a casa, le  prestaba sus minifaldas y la ayudaba a dejar a su familia para ingresar en un centro social de acogida. Desde su punto de vista, Marion consideraba esto como ayuda o soporte por la falta de libertad que sufría Noura. Esto se desprende de sus palabras en forma de respuesta a la pregunta de Abir por su prima: “Sois… sois… sois unos bárbaros… ¡Habéis intentado casarla y sólo tiene diecisiete años! No tenéis respeto por las mujeres, creéis que os pertenecen. ¡Qué asco!” (pág. 49). La distancia que Marion pretendía asentar entre su amiga, Noura, y su familia era pronunciar su nombre sin /u/ (Nora), mientras que Abir y Farid insistían articularlo /Noura/, pensando que de este modo garantizan su identidad árabe-musulmana.

Aunque Fátima obedece el modelo tradicional de la mujer musulmana, reconoce la identidad subcultural de su hija al imitar a sus compañeras francesas diciendo que Noura no había hecho nada malo; sólo imita a sus compañeras. Además, en Fátima prevalece la influencia del modelo francés sobre los hijos cuando justifica el hecho de que Noura no llevaba el hiyab en el liceo:

 

sólo hay otras dos chicas que lleven hiyab en el liceo… Vivimos en Francia, Jamal”… Si no te gusta cómo se comportan los franceses, entonces volvamos al Líbano, a Argelia o a donde quieras… pero si vivimos aquí, nuestros hijos imitarán a otros jóvenes (pág. 50)

 

Las palabras de Fátima indican la fuerza de la influencia del medio social sobre los individuos, de ahí que Noura llevara el hiyab mientras estaba en su barrio residencial y se lo quitara una vez lo dejaba. Esta influencia de la cultura imperante genera una identidad mixta (Martínez, 2008), como sucede con el caso de Noura. 

Como la familia, el grupo social, la escuela y la iglesia dan lugar a la formación de la identidad de origen de un individuo o grupo social, las relaciones laborales son igualmente elementos principales para la construcción de su identidad. Esto hace que aquellos que realizan una actividad laboral determinada compartan varios rasgos identitarios que los diferencian de otros (Pasos, 1996). Por este motivo, no se valora solamente lo que un individuo o grupo piensa ser, sino que más bien lo que los demás ven de él en todas sus facetas y complejidad. Se observa que la sociedad francesa representada por Marion asocia algunos oficios o trabajos con los emigrantes. Eso se desprende de las palabras de Marion cuando insistía en humillarlo: “a lo mejor tienes suerte y tu tío te enseña el oficio de electricista, o quizá puedes poner un puesto de ropa vieja en Le Passage” (pág. 74). Las palabras que Marion dirige a Abir son reveladoras en este sentido:

 

Tú no eres nadie, Abir, y no llegarás a nada. ¿Serás electricista como tu tío? ¿Camarero quizá? No sé… yo te veo en el servicio de limpieza de la ciudad. Hay muchos como tú… tipos que no servís para nada que no sea quitar la mierda de los demás (pág. 55).

 

Según Espinosa (1995, citado en Estrada, 2021), la vestimenta es uno de los elementos constructivos de la identidad personal y grupal, puesto que está incluida en lo que corresponde a lo cultural. En la obra se dan muchas señales que lo confirman pese a que la forma de vestir viene condicionada por otros factores identitarios también, como la religión, la economía, las tradiciones sociales, el género, etc. El vestido común que la novela presenta es el hiyab que cubre el cabello de las mujeres y la gabardina que cubre todo el cuerpo. Además, a la mujer se le exige no exhibirse delante de aquellos hombres que no sean su familia o su propio esposo. Este tipo de ropa y forma de comportarse resalta la actitud tajante de Jamal al descubrir el comportamiento de su hija, Noura, que llevaba aquel día en el liceo una blusa ajustada con botones desabrochados y minifalda, tenía los labios pintados de carmín rojo y su cabello al aire. Además, iba cogida de la mano de un compañero. Un estilo de vestirse y comportarse totalmente opuesto a lo que estaba asignado por la identidad de Jamal, pero es típico de las compañeras de Noura.

Fátima intentaba refutar lo que pensaba su esposo de la mujer francesa para salvar a su hija, Noura al decir: “¿Quieres decirme que ninguna familia francesa tiene honor?” (pág. 53). Sin embargo, Jamal era muy tajante y culpaba a su esposa:

    

¡Mi propia esposa defendiendo que mi hija se pueda vestir como una ramera! No somos nosotros quienes tenemos que copiar las costumbres de los franceses… Este país se va pudriendo poco a poco como el resto de Europa porque son ateos y no tienen moral (pág. 37).

 

Como se ha visto en la cita anterior, Jamal parte de bases religiosas a la hora de opinar sobre el estilo de vestimenta de la mujer francesa, especialmente, las jóvenes. Jamal es tan conservador que cree que ese modelo de vida acarrearía plagas sobre el pueblo francés y ni siquiera su esposa pudo disuadirlo.

Los comportamientos son complementarios al modelo de vestirse. A este respecto veamos la actitud de Fátima ante la propuesta de su hija de ir a un café a tomar algo el mismo día en el que ésta salió del centro público de acogida de menores. El hecho de sentarse en una café para una mujer no era algo frecuente por parte de las costumbres la familia de Jamal; por ello, Fátima al principio se resistía a entrar y luego temblaba al pensar que alguien pudiera verlas. La madre insistió en sentarse en un rincón discreto que no estuviera a la vista de los transeúntes después de haberle asegurado su hija de que no les reconociera nadie.

La identidad intergrupal se hace más explícita a nivel geográfico al señalar varias veces a ciertos barrios de emigrantes, tal como sucede con el barrio de La Chapelle que parecía que ni siquiera era parte de París debido a la alta concentración de emigrantes musulmanes. Otro ejemplo es el barrio de Saint-Denis sobre el que Marion dijo que las costumbres de los musulmanes lo habían cambiado. La insinuación se haría más clara cuando dijo: “aunque nosotras vivamos en la mejor parte” (pág. 70), cosa por la que la identidad se trasciende al espacio geográfico de tal modo que se percibiría tanto por los individuos en el viven como los ajenos.

Lo mismo pasa en Bruselas, donde el barrio del bajo Molenbeek era nido de todo tipo de drogas, de  emigrantes recién llegados y de discursos radicales del islam. Los aspectos comunes y las colectividades de los barrios de emigrantes dieron lugar a una identidad social para las personas de dichos barrios (Goffman, 2006, pág. 12). Se ve en el caso de Noura cuando pensaba en su padre “que odiaba a los occidentales […] Un odio que se fundamentaba en la frustración de ser un emigrante que había tenido que hacerse un hueco en una sociedad con unos valores distintos a los que le habían inculcado” (pág. 283); incluso cuando pensaba en su amistad con Marion, intrigada por la razón por la cual esta joven francesa había elegido a una hija de emigrantes como amiga íntima; además se desprende de lo que pensaba Abir cuando éste quería demostrarle a Marion que era capaz de hacer cosas grandes y no sería un chico más de un barrio de emigrantes. Mientras que el caso opuesto está claro en la actitud de Marion cuando hablaba con Abir con desprecio comentándole que un emigrante como él no llegaría a nada, podría ser electricista o trabajar en el servicio de limpieza de la ciudad, como se ha mencionado anteriormente. En todos los casos la identidad se destaca a través de varios factores como se ha visto y ha sido técnicamente presentada por medio de los personajes de un grupo dado o por otros ajenos. Esta perspectiva de enfoque psicosocial es la de Henri Tajfel y John Turner (1979, citado en Díaz, 2014), que define a los individuos que conforman una identidad “como aquellos que se perciben a sí mismos en una categoría social así como a partir de la percepción de otros que no pertenecen a la misma categoría”.

 

Conclusiones

La obra muestra el valor fundamental de la identidad en la construcción de los personajes no solamente a nivel técnico sino también a nivel psicológico, tanto personal como social. La identidad ha sido el enlace entre el espacio narrativo que se caracterizaba por el dinamismo y la multiplicidad, la dimensión del tiempo y su efecto interpersonal e intergrupal, y los personajes como sujetos y objetos manipulados por sus identidades.

Una de las observaciones subyacentes en el relato es que las víctimas del odio y la violencia suelen ser personas ajenas y gente inocente, tal como es el caso de Jacob, Abir y su familia, Ismael, Marion, etc., y aún más inocentes son las víctimas de los atentados.  Dichas víctimas no tienen nada que ver con el origen de la cuestión de la ocupación israelí de las tierras palestinas y las del sur de Líbano. Por otra parte, los nombres anteriormente citados  son personas que han sido involucradas a su pesar en el caso. No eran malvadas por naturaleza, sino que se ven arrastradas por otras: Mohsin, por una parte, y los beneficiarios de la ocupación israelí, por otra.

La cuestión de la identidad es el tema persistente del relato, aspecto que se demuestra en la estructura externa de la novela compuesta de apartados organizados en torno a las ciudades escenarios de los acontecimientos, por una parte; y por otra, en la desintegración que sufre la mayoría de los personajes, entre los que destacan Jacob y Abir. El primero por parecer árabe cuando estuvo en París y durante su estancia en Bruselas por ser israelí. Mientras que el segundo lo padecía por ser árabe emigrante tanto en Francia como en Bruselas

Además de las partes de identidad que pretende destacar la novela en los personajes de Jacob y Abir, la historia ofrece otros casos. Estos casos son relevantes en los personajes de Jamal Adoum y su hijo, Farid, que muestran una identidad estable y conservadora; Noura adopta una identidad francesa; y Marion opta  por tener dos identidades. Así pues, Abir trata de ser francés, pero tanto su tío como sus compañeros franceses no le permiten  serlo. En cambio, Jacob era francés de origen, libanés de nacimiento e identidad mientras no pudo ser israelí aunque todo el mundo (madre, compañeros y jefes del trabajo) quería que lo fuera.

A nivel psicológico queda clara la evolución de la identidad de los tres personajes: Abir, Marion y Noura, promovidos por la autoestima que, según James Marcia (1980,  citado  en Zacarés González et al., 2009), se acelera en la adolescencia tardía e inicio de la juventud adulta, durante las cuales, en la presente obra, se observa que Abir encontró su autoestima en los atentados (el terrorismo); Marion, la halla en triunfar como periodista y cortar con su vida anterior; y Noura, en abandonar la familia y la religión para ser independiente y cantante.

La situación de los dos personajes principales de la obra pone en cuestión el término de “terrorista”, puesto que presenta a Jacob como una persona obligada a vivir en Israel y a defenderlo porque su madre era de origen judío y él debería serlo, lo que significaba hacer el servicio militar y participar en operaciones en las tierras ocupadas. En cambio, Abir no quería ser terrorista, pero fue obligado, empujado por la venganza y por el desprecio de la sociedad en que vivía y la chica de la que se enamoró. Los casos de Jacob y Abir, obligados a vivir una vida que no eligieron, dan a entender  que ambos son terroristas desde el punto de vista de cada uno, ya que era evidente que ninguno de ellos quería ser un asesino, pero lo fueron a su pesar y sin querer.   

 

 

[1] El Mosad o Mossad (Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales) es una de las agencias de inteligencia de Israel, responsable de la recopilación de inteligencia, acción encubierta, espionaje y contraterrorismo en todo el mundo, salvo Israel y los territorios palestinos.

[2] La primera guerra del Líbano o la guerra del Líbano de 1982 fue un conflicto armado que dio inicio el 6 de junio de 1982 cuando las Fuerzas de Defensa de Israel invadieron el sur del Líbano con el objetivo de expulsar a La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de dicho país.

[3] El término refúsenik es en realidad una palabra por momentos irónica, derivada del verbo inglés to refuse («rehusar» o «denegar»), a la que se le agregó el sufijo ruso nik. Pero con el paso del tiempo, «refúsenik» ha entrado en el uso coloquial anglosajón para referirse a cualquier tipo de manifestante, proveniente de cualquier país. En Israel se aplicó el término a partir de 2002 a centenares de militares de la escala media y baja del Ejército israelí que se negaron a servir en territorios palestinos por considerar que contribuían a la ocupación ilegal de un país y a la humillación y maltrato de la población civil.

Bibliografía
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