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Introducción:
Es una pena que Walter Benjamin no leyera español. Si Benjamin hubiera logrado su deseo de aprender este idioma, él tal vez habría reescrito Libro de los Pasajes, su obra maestra incompleta que sitúa a París como el centro de la modernidad y el flâneur de Baudelaire su habitante por excelencia. De hecho, es posible que la versión del volumen citado que leemos hoy sea irreconocible. Dicho libro asumiría una forma diferente porque Benjamin probablemente habría incluido a Mariano José de Larra en su estudio. Larra, uno de los grandes prosistas del siglo XIX, publicó este artículo en 1832 como parte de su revista El Pobrecito Hablador. En la sátira, Fígaro, el narrador-poeta, describe la fiesta de cumpleaños de un amigo burgués llamado Braulio, el castellano viejo. Interesantemente, Larra fabrica su portavoz Fígaro como observador de las calles y los ciudadanos de Madrid; con este ensayo, Larra crea el flâneur en Fígaro antes de acuñar Baudelaire el término en 1863. A través de mi lectura de esta obra, busco desafiar la afirmación de Benjamin de que París era el centro de la modernidad. Empezaré por ofrecer una breve revisión del flâneur como Baudelaire y Benjamin entendieron el concepto. Luego, me involucro en la literatura actual tanto sobre el flâneur. Para concluir, daré mi interpretación de dicho textocomo precursor de El pintor de la vida moderna. Mi intervención en este debate no es simplemente histórica; no pretendo solamente proponer que Larra ya haya concebido el tipo de personaje flâneur antes de Baudelaire. En cambio, demostraré que la creación del flâneur por parte de Larra desafía nuestras nociones de modernidad no sólo en Francia y España, sino también en Europa.
2. Larra y su posición al lado de Baudelaire y Benjamin
Antes de abordar la discusión académica sobre el flâneur hoy, es importante relatar los usos respectivos de la palabra por parte de Baudelaire y Benjamin. Baudelaire presentó al flâneur en su ensayo de 1863, El pintor de la vida moderna. En esta obra, Baudelaire propuso que el flâneur es un artista que se dedica a su ciudad. Tal persona se involucra en la experiencia urbana física e intelectual completa, observando a desconocidos en las tiendas y examinando el detritus de lo cotidiano. Baudelaire describe al flâneur de la ciudad como un animal en su hábitat natural: “La multitud es su dominio, como el aire es el del pájaro, como el agua el del pez” (1863, p. 8). En su Libro de los pasajes, Walter Benjamin añadió una dimensión política a la descripción del flâneur. Para Benjamin, el flâneur desempeña un papel intelectual y social; su conexión con su entorno indica el capitalismo: el flâneur crea “una protesta inconsciente contra el ritmo del proceso productivo” (2006, p. 345). En general, sin embargo, Baudelaire y Benjamin acordaron que el flâneur se erige como el símbolo principal de la vida urbana moderna. Pero, y a pesar de que “[c]ada país, para su placer y su gloria, ha poseído algunos de esos hombres” (Baudelaire, 1863, p. 4), probablemente ni Baudelaire ni Benjamin sabía nada sobre Larra.
Así como es una lástima que Benjamin no hablara español, también es desafortunado que los especialistas de Benjamin y Larra no participen en una conversación interdisciplinaria. A pesar de sus aparentes simpatías, ni los expertos de Benjamín ni los de Larra se hacen referencia entre ellos mismos. Por supuesto, es injusto esperar que los eruditos de Benjamin hagan referencia a un autor que no es lo suficientemente traducido y generalmente subestimado fuera de su propio idioma. Aún más, yo mismo estoy en deuda con los académicos dedicados a la obra de Benjamin y de Larra. Sin sus respectivos comentarios sobre estas dos figuras, no habría podido concebir este proyecto. Con esto en mente, entonces, quiero conectar estas dos partes del debate en lugar de desplazarlas. Los estudiosos del Libro de los pasajes siguen el modelo de Benjamin y continúan viendo al flâneur como una invención de Baudelaire. Incluso los académicos del mundo hispanohablante como Claudia Supelano-Gross sitúan únicamente los orígenes del flâneur en la Francia del siglo XIX, tal como lo hizo Benjamin. En un artículo reciente, Supelano-Gross subrayó la importancia de los escritos de Baudelaire para Benjamin: “En este recorrido, la literatura y Paris tuvieron un lugar privilegiado y, en el, Charles Baudelaire fue su incansable guía” (Supelano-Gross, 2014, p. 150). Esta declaración es innegablemente cierta y Supelano-Gross es correcta al hacerlo. La admiración y deuda de Benjamin con Baudelaire son evidentes en todo la obra. Así como Benjamin se basó en Baudelaire, Supelano-Gross acepta implícitamente a Benjamin como su “guía” (Supelano-Gross, 2014, p. 150) al analizar al flâneur.
En lugar de cuestionar los méritos de la evaluación de Benjamin del flâneur, ella acepta su paradigma. Por supuesto, Supelano-Gross no se limita a seguir ciegamente a sus predecesores. Proporciona muchas contribuciones notables a nuestra comprensión de los aspectos de la vida cotidiana en el espacio urbano. Además, Supelano-Gross no es el único erudito que no ha reevaluado los orígenes y el desarrollo del flâneur. Incluso autores como Estefanía Quijano Gómez que buscan expandir la noción del flâneur a ciudades modernas como Bogotá todavía aceptan el París del siglo XIX como el centro de la modernidad.
Los estudios de El castellano viejo se enfocan en sus precursores y recepción inmediata en lugar de su papel como predecesor de otros. Al gastar tanta energía en los orígenes e influencias , nadie ha notado cómo El castellano viejo precedió a Pintor de la vida moderna. Por ejemplo, Alan S. Trueblood sitúa a Larra en la tradición de grandes satíricos como Quevedo, Cadalso, Horacio y Boileau (1961, p. 530). Carlos Campa Marcé añadió al análisis de Trueblood ofreciendo más comentarios sobre el léxico de Larra. Campa Marcé señala que “[l]a incongruencia entre termino y referente” (2006, p. 75) ofrece una riqueza retórica a la obra susodicha. Los críticos también han comentado sobre la relación de Larra con el costumbrismo, sugiriendo que Larra, a pesar de sus similitudes con otros costumbristas, está por encima de sus compañeros. Como J.F. Montesinos relata en su estudio del movimiento, los costumbristas destacaron los aspectos locales y banales de la vida española. Inspirados por Victor-Joseph Etienne de Jouy, estos españoles lograron redescubrir a su país y a sus compatriotas a través de esta nueva forma de arte. En cierto modo, Larra se erigió como uno de los mejores escritores en este género del Romanticismo.
Pero Larra también se distingue de sus contemporáneos. En Los orígenes de la obra de Larra, José Escobar hace una distinción entre Larra y Estébanez Calderón o Mesonoro Romanos. Según Escobar, Larra miró a España a través de una lente totalmente diferente a sus compañeros: “el costumbrismo de Larra ofrece el contraste de una actitud basada en una diferente concepción de la sociedad y del progreso” (Escobar, 1973, p. 266). Otro crítico está de acuerdo con Escobar, y dice que “el eclecticismo de su técnica costumbrista” (Trueblood, 1961, p. 531) hace de El castellano viejo una obra distinta. De veras, Larra logró equilibrar su sátira de una manera totalmente original. Aunque los estudiosos han notado el ingenio de este cuento, hasta ahora no han seguido el papel más amplio del ensayo como precursor de El pintor de la vida moderna.
3. El flâneur en El castellano viejo
Larra se basó en autores de costumbrismo anteriores y de su tiempo, particularmente en Victor-Joseph Étienne de Jouy y otros franceses. Parcialmente debido a su padre afrancesado, el joven escritor aprendió primero francés y no empezó a hablar español hasta los 10 años. Incluso estudió principalmente en escuelas francesas durante sus años de formación. En parte debido a estos factores, el satírico tenía, en palabras de un estudioso, un “galicismo mental” (Caravaca, 1963, p. 3) que guio gran parte de sus trabajos. Con esta base en el costumbrismo francés, el ensayista analizó su entorno en Madrid con una agudeza e ingenio similar. Esta influencia francesa es particularmente evidente en El castellano viejo. Ciertamente, el comentario sobre los modales de mesa de los asistentes a la fiesta de Braulio, el orgulloso castellano, ocupa una parte significativa del texto. Sin embargo, el inicio de este texto ofrece momentos únicos de reflexión que revelan su papel como flâneur. De hecho, en esta escena se enmarca a Fígaro como un flâneur y por extensión a su creador como el autor que puede analizar y burlarse de las contradicciones entre la tradición y la modernidad.
Al principio del cuento, el autor presenta a su álter ego como estudiante de las calles, un personaje que alterna entre su monólogo interior y sus interacciones físicas con madrileños. La escena se abre en las calles de Madrid, el hábitat del flâneur. Este es el lugar de la exploración urbana. Así como la escena es perfecta para el flâneur, también Fígaro es el personaje perfecto. Él es un narrador innegablemente excéntrico, e incluso parece un hombre de dos mentes. Es a la vez un hombre de orden y desorden; parece parte de su propio mundo y también del mundo más allá – es brillante y ajeno. Pero, sobre todo él está constantemente observando. Pasa días en las calles a “buscar materiales para mis artículos” (Larra, 1832, p. 5). Sus “materiales,” por supuesto, son su entorno, pero más específicamente otros madrileños. Tan involucrado en sus observaciones, el narrador incluso va a la frontera del aislamiento social. “Embebido en mis pensamientos” (Larra, 1832, p. 5), él pierde la noción de su lugar físico y emocional.
Debido a que Fígaro se encuentra un poco fuera de las normas sociales, tiene toda la capacidad de estudiar los madrileños con un ojo cuidadoso. Su alteridad lo hace más tonto en sintonía con las acciones de los demás. En un sentido, el protagonista está a la vez dentro de su propio mundo y dentro del mundo de Madrid. Como un personaje marginal que ocupa un espacio ambiguo en la sociedad española, puede entretener ideas desde una posición simultáneamente dentro y fuera de ella. Ciertamente, ese hombre ocupa un espacio liminal y como consecuencia sirve como un flâneur.
El castellano viejo nos da una historia que funciona en dos niveles. De hecho, el acto mismo de escribir esta historia representa el propio cambio del autor desde un flâneur en las calles a un autor. Al final, el personaje principal regresa a su habitación, “reflexionando en mi interior” (Larra, 1832, p. 5) tanto de forma literal como metafórica. Por un lado, su regreso a su habitación representa su retorno físico a la seguridad de su hogar. En otro nivel, este cambio simboliza el regreso del personaje a su espacio mental interior. Ciertamente, ese individuo cruza de nuevo su área de confort mental y física, después de completar su misión anterior de explorar a las calles. Ahora de vuelta en su escritorio, el lector puede imaginar que Fígaro ahora volverá a escribir uno de sus “artículos” (Larra, 1832, p. 5), que mencionó al comienzo. Después de todo, él ya tiene los “materiales” (Larra, 1832, p. 5) necesarios para su escritura que quería obtener antes. Sin embargo, la historia termina con las reflexiones de Fígaro sobre sus experiencias, los frutos de una lluvia de ideas, pero no el ensayo pulido. Así, justo cuando el protagonista empieza a poner sus pensamientos en orden, la página termina.
Sin embargo, el principio del proceso de redacción representa la finalización de la propia historia de Larra, la que el lector tiene ante sí mismo. Así pues, la creación del cuento simboliza la conclusión de sus experiencias como flâneur. En forma de ficción, el escritor expresa sus pensamientos como un flâneur a través de la voz de su álter ego. El periodista usa esta herramienta de meta ficción para analizar su país. En lugar de escribir directamente en su nombre, el escritor proyecta sus pensamientos a través de ficción, añadiendo un nivel de distancia como autor. Por consiguiente, él cambia su papel de flâneur-observador a su papel como flâneur-escritor. Al final, el español utiliza el cruce desde espacios domésticos y urbanos para representar no sólo la experiencia de un flâneur en la sociedad, sino la suya. La existencia misma de este texto demuestra cómo él vivió como un flâneur y concibió el concepto.
4. Madrid, un centro de cultura europea
Al hablar de la literatura madrileña, este ensayo se centra inevitable e implícitamente también en esta ciudad. Nacido en la capital española en 1809, el autor reflejó su interés por la ciudad a lo largo de su corta pero productiva vida. Por ello, la lectura de las obras del madrileño permite conocer la vida cotidiana de su ciudad natal. Como escribe Ramón Gómez de la Serna, “Fígaro, más que las costumbres, muestra unos años de vida espiritual, de vida dramática de nuestra ciudad” (1919, p. 37). En este pasaje lleno de lenguaje espiritual, Gómez de la Serna eleva a Larra a un estatus casi divino. Aquí, Larra no es un simple escritor, sino la musa de Madrid que habla en nombre del pueblo, captando la mentalité a través de sus palabras.
Esta conexión entre el autor y Madrid no es fortuita; en cierto modo, sus destinos se entrelazan de forma tangencial. Al igual que Larra ha pasado desapercibido por los estudiosos del flâneur, Madrid se ha deslizado fuera de las conversaciones académicas dominantes sobre las ciudades modernas. La evaluación del lugar que ocupa Larra en la literatura mundial también plantea cuestiones sobre el lugar que ocupa Madrid en el siglo XIX y la formación de una modernidad europea más amplia. Pasar de la lente individual a la nacional permite comprender el lugar de Larra y de España en las tendencias literarias y socioculturales más amplias. Como consecuencia, los escritos como El Pobrecito Hablador no eran sólo una interpretación, sino también un reflejo del Madrid de la década de 1830. Por ello, una lectura atenta de Larra muestra cómo Madrid, y por extensión España, no estaban simplemente en la periferia de la modernidad europea.
Recientemente, se ha reconocido este descuido de España y la necesidad de prestar más atención a su lugar en los movimientos literarios del siglo XIX. Como sugiere Deborah Parsons en su libro de 2003, A Cultural History of Madrid, los académicos han descuidado durante demasiado tiempo a Madrid en detrimento de otras capitales literarias como París y Londres. Según Parsons, Madrid “complicates or contradicts... the paradigms of modernist studies” (2003, p. 6). Al igual que Larra, Madrid se desarrolló de forma distinta a otras metrópolis. Pero esta diferencia sociopolítica no excluyó a Madrid de acoger a creadores como Larra. Aunque resulte imposible establecer un vínculo causal directo entre Larra y Baudelaire, está claro que el español desempeñó un papel en la formación del concepto de flâneur. Ciertamente, escritores no canónicos (en el contexto no español) como Larra pueden ejercer una influencia en el desarrollo de las ideas cosmopolitas. Entendido así, Larra ayuda a explicar cómo la teorización del flâneur se hizo históricamente posible. De hecho, sus obras demuestran cómo la idea estaba en el aire años antes de que Baudelaire la popularizara.
La posición minimizada de Larra puede parecer curiosa teniendo en cuenta su elevada posición en la literatura española; pero a Larra no se le ha olvidado por la falta de calidad de sus escritos sino por la falta de traducción de los mismos. De hecho, durante su vida y poco después de su muerte, el mundo hispanohablante reconoció su brillantez. Tanto los contemporáneos como las futuras generaciones de hispanohablantes han exaltado al ensayista como un maestro. Larra frecuentó círculos intelectuales como el Parnasillo y se reunió con otros escritores de su época como Victor Hugo y Alexandre Dumas. Años después de su muerte, miembros de la generación del 98 como Pío Baroja y Azorín, presentaron sus respetos ante su tumba para mostrar su admiración. Siguiendo esta tendencia, autores del siglo XX como Max Aub valoraron mucho a Larra. ¿Cómo es posible, entonces, que alguien con tanto talento como Larra haya sido olvidado fuera del ámbito académico hispanohablante? No hay una única explicación, pero una respuesta reside en parte en el hecho de que nadie ha traducido la obra de Larra al inglés. Esto se relaciona con la traducción, pero no se reduce a ella. Baudelaire fue ampliamente conocido fuera de Francia y se tradujo rápidamente. Sus trabajos han pasado por muchas ediciones. Lo mismo ocurre con Benjamin, cuyas ideas han encontrado un público similar. Durante generaciones, los estudiosos han traducido las obras de estos escritores, reforzando así los hábitos de lectura de los demás. Sin duda, muchos se sienten atraídos por Baudelaire y Benjamin por una buena razón. Ambos autores merecen esta atención por el valor de sus escritos. El ojo de Larra para la vida urbana era tan agudo como el de ellos, pero él no ha entrado en las conversaciones principales de académicos. Sin embargo, esta misma incuria sigue ofreciendo valiosas lecciones sobre la dinámica del gusto literario.
Esta brecha entre Larra y los discursos sobre el flâneur permite comprender cómo la proliferación de una idea depende de la marginación de otra idea competidora. Como se ha demostrado en este ensayo, la genealogía del flâneur resulta mucho más complicada de lo que parece a primera vista. Aunque Benjamin no descuidó a sabiendas el corpus de Larra, su enfoque en Baudelaire necesariamente empujó a Larra a los márgenes de la literatura. Por eso, no hubo espacio para Larra en las posteriores formaciones del flâneur. Larra y Baudelaire no competían directamente por la posteridad. Simplemente no es el caso. Dicho esto, este alejamiento de Larra demuestra que para que una idea avance debe reprimir a otra. Larra, como se ha mencionado, complica el paradigma del alemán. Su desconocimiento de Larra resultó conveniente porque el español habría obligado a Benjamin a reconsiderar las raíces de su tesis. No se puede especular cómo habría interpretado Larra, si como una aberración o como parte de una tendencia más amplia. En este sentido, la barrera lingüística permitió a Benjamin abrir su teoría. Comprender este asunto confunde nuestra comprensión del flâneur, así como ayuda a proporcionar una historia más completa del término. Pero esta complicación enriquece nuestra comprensión del flâneur, así como la formación de las tendencias literarios en sí. Una versión más completa – y ciertamente más compleja – trata de explicar el surgimiento del flâneur no sólo a través de Baudelaire, sino también recurriendo a otros como Larra. Por eso, estas conexiones y disyunciones entre autores recordados y olvidados añaden matices al concepto del flâneur.
Madrid no era París. Pero esto no significa que la capital española no contuviera los gérmenes de la expansión del papel de la ciudad como metrópoli. Como se ha argumentado, estar en la periferia no significa ser insignificante. Este ensayo no sugiere en absoluto que las ideas no surgieran de París o Londres. Por supuesto, los estudiosos han hecho hincapié en estas zonas por buenas razones. Innumerables escritores famosos emergieron de las dos ciudades. Dicho esto, el caso de Larra demuestra la dificultad de categorizar a las naciones como atrasadas o modernas en una escala más amplia y de atribuir los orígenes de una idea a personas y épocas concretas.
La concepción de París como centro literario es también un reflejo de cómo los críticos han interpretado el lugar de la ciudad; en este sentido, su centralidad no es en ningún caso una regla dogmática. El centro del campo literario puede tener un espacio limitado para acoger a un cierto número de autores de renombre, pero existen alternativas fuera de él. Por lo tanto, es importante situar este estudio de Larra dentro de la literatura sobre Madrid como lugar de una modernidad alternativa. Tal vez sería útil un concepto de modernidad menos limitado territorialmente. Las ideas no surgen simplemente en una zona o en un momento determinado. Estos desarrollos son multidireccionales y no unidireccionales. Madrid comprendía una de las múltiples ciudades europeas que coexistían y se moldeaban mutuamente. Definir la modernidad no desde el centro cultural, sino cuestionando sus raíces desde el exterior, implica que el concepto de modernidad, como el de flâneur, puede ser fluido.
Sobre el tema de los autores poco reconocidos, es importante señalar que Larra no fue, ni mucho menos, el único escritor de su época. Si Larra refleja el Madrid del siglo XIX, también lo hizo su contemporáneo Ramón de Mesonero Romanos. Como Madrid era un lugar cultural rico, no debe sorprender saber que Larra no fue el único que observó y escribió sobre las minucias de sus calles. En efecto, en 1803, seis años antes del nacimiento de Larra, nació en Madrid Mesonero Romanos. Durante su larga vida (murió en 1882), Mesonero Romanos también escribió mucho sobre su ciudad natal. De hecho, Mesonero Romanos adoptó un seudónimo, el Curioso Parlante, que refleja su permanente interés por el estilo de vida peripatética.
Al igual que Larra se lanzó en El Pobrecito Hablador, Mesonero Romanos publicó Escenas Matritenses, una serie de viñetas sobre la cultura de Madrid. A lo largo de estas piezas, esboza figuras arquetípicas, tradiciones culturales y el devenir de Madrid. En Paseo por Madrid, por ejemplo, Mesonero Romanos demuestra su profundo cuidado y observación del entorno. Abre la obra con una frase impactante sobre la experiencia de un forastero que entra por primera vez en una ciudad nueva: “Nada hay más natural en un forastero que la curiosidad de conocer el aspecto general del pueblo que por primera vez visita” (Mesonero Romanos, 1851 p. 1). Este deseo de conocer y absorber las calles domina el resto del ensayo y recoge su más amplia fascinación por las minucias de la vida callejera. A lo largo de sus artículos sobre Madrid, Mesonero Romanos revela su gran interés por la escala microscópica y macroscópica. Una y otra vez, proporciona descripciones detalladas de las bulliciosas calles y de los alrededores en general. En cierto sentido, todo el libro se lee casi como un documental de la ciudad y sus gentes. Sin duda, muestra su astuto ojo para las costumbres y los estilos.
A pesar de su interés común por Madrid, Larra y Mesoneros Romanos se enfrentaron debido a sus diferentes puntos de vista. Sin duda, Mesoneros Romanos era consciente de sus diferencias con Larra. Tal vez con cierta franqueza, Mesoneros Romanos admitió que no era admirador de Larra: “yo pretendí nunca más que admirar y respetar [lo]” (1851, p. 12). Dejando a un lado sus diferencias personales, la convivencia real, aunque tensa, de Larra y Mesonero Romanos sugiere una vez más cómo las ideas del flâneur flotaban de manera libre. De hecho, Carlos G. Roselló ha argumentado que ambos son más afines de lo que parece. Como afirma Roselló, “los aspectos de sátira social presentes en el costumbrismo de Mesonero y de Larra son complementarios” (1973, p. 2). Como muestra este ejemplo, Larra no escribía en el vacío. Los dos autores mantenían diferencias, pero un interés similar por lo cotidiano de Madrid. Este mismo interés muestra cómo el flâneur no era simplemente una invención de Francia.
5. Una consideración de contraargumentos
Preveo que los expertos de Benjamin y de Larra podrían no aceptar mis propuestas inmediatamente y tienen buenas razones para ser escépticos. A pesar de que los especialistas en estos dos campos podrían proporcionar diferentes razonamientos para su desacuerdo conmigo, tal vez plantearían la misma pregunta básica: ¿qué valor ganarían los estudiosos al reconocer a Larra como autor intelectual del concepto del flâneur? Si los académicos aceptaran esto, se derivarían otras consecuencias, consecuencias que estos expertos podrían rechazar. Pero sostengo que mi reajuste del flâneur tiene importancia tanto histórica como textual. Más importante aún, la esencia misma del flâneur es fluida y por lo tanto es aún más importante reconocer los orígenes fluidos de la propia idea. Supelano-Gross, por ejemplo, argumentaría que Baudelaire creó el concepto del flâneur a partir de sus observaciones de la vida parisina socioculturalmente específicas a su momento histórico.
Por extensión, Benjamin basó su investigación en el flâneur de las experiencias de Baudelaire; la conclusión del alemán, entonces, de que Baudelaire en lugar de Larra se erige como el escritor moderno depende de este contexto e interpretación precisa. Debido a que tanto Baudelaire como Benjamin basan sus escritos en el contexto socio histórico del flâneur, Supelano-Gross podría argumentar que es difícil, si no imposible, trasponer este modelo a la España de la década de 1830. En total, y aunque le parezca interesante mi tesis, Supelano-Gross podría tener problemas para reinterpretar nuestra comprensión del flâneur teniendo en cuenta su arraigada relación con el París del siglo XIX en lugar de Madrid.
Los expertos de Larra tal vez preguntarían cuán distinto es un término como flâneur del costumbrismo. Pueden proponer que el costumbrismo se aplica a España, al igual que el flâneur pertenece a Francia. Además, otros señalarían la influencia directa de Larra en los futuros escritores en su propio país en lugar de los de Europa. Emilio Palacios Fernández hace justo eso en su artículo de 1984, Larra, una revisión continua. De hecho, Palacios Fernández relata cómo Unamuno, Azorín, Baroja y especialmente Maeztu se inspiraron en Larra (1984, p. 288). Con una conexión entre Larra y la generación del 98, algunos críticos podrían cuestionar la verdadera relación entre Larra y Baudelaire. Por lo tanto, ambos lados de este debate podrían venir a criticarme desde diferentes ángulos, pero probablemente estarían de acuerdo en hacerme la misma pregunta: ¿por qué utilizar el término flâneur cuando costumbrista ha servido como apto durante años? Parece mejor mantener al flâneur del Baudelaire y de la Francia del siglo XIX y al costumbrismo de la España del siglo XIX. Para ellos, esta división es sensata y no necesita ser cambiada.
Aprecio estos argumentos y reconozco su validez. La aceptación de esta propuesta no necesita descartar el modelo académico actual. Además, mi interpretación de Fígaro como flâneur puede coexistir con el consenso de los eruditos sobre el papel de Larra como costumbrista. A la vez estaba siguiendo las influencias de Francia y de otros en España. Pero tanto como Larra tomó prestado de otros, innovó. De hecho, fue el autor intelectual del flâneur. Otra vez, no afirmo que este artista influyera directamente en Baudelaire. Mi tesis no es causal. En cambio, estoy sugiriendo que Baudelaire no fue en realidad la primera persona que utilizó el concepto del flâneur.
En su lugar, Larra anticipó a Baudelaire con su creación de Fígaro. De hecho, el término se desarrolló a partir del contexto parisino, pero también podría aplicarse a otros espacios y tiempos, como lo demuestran los comentarios de Quijano Gómez. Para mí, al fin y al cabo, el flâneur, tanto como cuando se concibió por primera vez como a medida que se desarrolló, se erige más como una reacción a un cambio de nuestra modernidad urbana. Me parece que gran parte del poder teórico del flâneur reside en su flexibilidad, su capacidad para aplicarse a lo local y a lo global al mismo tiempo. Debido a esto, descartaría cualquier preocupación sobre la descontextualización de Baudelaire o Benjamin al dar crédito al madrileño la formación del concepto en su artículo. El hecho de que el propio Larra considerara esta idea es en realidad bastante apropiada porque la idea del flâneur es flexible.
6. Conclusión
Sostengo que nos beneficiaríamos enormemente del reconocimiento del flâneur como invención de Larra porque desafía nuestra comprensión actual del lugar de Francia y España en la modernidad. París todavía puede haber sido la capital del siglo XIX como Benjamin afirmó que era; dicho esto, todas las ideas progresistas no emanaron hacia fuera de la metrópoli. Desde luego, simplemente porque los historiadores han estructurado nuestra comprensión actual de estas ideas en Francia, no significa necesariamente que las ideas surgieran de allí. En igual medida, dicho textoimplica que países aparentemente atrasados como España pueden proporcionar genios. La turbulencia política puede incluso dar una nueva plataforma para la inspiración. De hecho, muestra que un genio como el ensayista tiene mucho en común con la idea del flâneur. Como un flâneur en una ciudad, un genio como él no está ligado a un lugar o época específicos. Vagabundea y observa, tomando como su deber servir al público a través de sus esfuerzos intelectuales. Así como el flâneur, las ideas viajan de una manera libre a pesar de las restricciones políticas.
Al fin y al cabo, el vagabundeo era una acción decididamente no nacional arraigada en el individuo; por esta razón, no es de extrañar que la idea tenga una historia multinacional. En último término, no es simplemente el hecho de que los franceses escriban sobre el flâneur. Por supuesto, estos hábitos eran especialmente visibles para los contemporáneos y los observadores posteriores. Sin embargo, la idea del flâneur adquirió tal relevancia mundial sólo a través de la escritura continuada de intelectuales que se hicieron eco de una perspectiva similar durante décadas. Así como un palimpsesto, escribieron unos sobre otros y así solidificaron la lectura de Benjamin del flâneur como un concepto de origen principalmente francés. Los escritos de Benjamin, aunque únicos, son emblemáticos. Por eso, autores y países no canonizados pueden dar un trasfondo fundamental para revelar por qué los autores y las regiones conocidas llegaron a ser tan reconocidos.
Es desafortunado que Benjamin no pudiera leer El castellano viejo. El caso del flâneur nos da una lección sobre la importancia de traducir y diseminar nuestras ideas como Larra hizo en su tiempo. Después de todo, Larra no era Braulio, pero tampoco era simplemente un castellano moderno. En cambio, el español fue un flâneur y uno de los primeros artistas modernos en Europa.